De todas las paradojas que acompañan nuestra existencia, creo que ninguna alcanza el grado de insensatez que supone el contemporáneo modo de celebrar la Navidad.
Festejar el nacimiento de un niño en la más absoluta pobreza mediante una sucesión desaforada de comidas y cenas pantagruélicas nos instala en una total desvergüenza.
El despilfarro en luces, regalos, viajes,... no tiene parangón en ninguna otra fecha. No es sólo que se haya olvidado el origen religioso (o la transformación del solsticio en Redención). Es que ese sentido religioso sigue vivo... para ofrecernos el placer de su profanación.
Haría bien la Iglesia en alterar la fecha de conmemoración del nacimiento de Jesús para tratar de atrapar la esencia del Mensaje. Aunque bien pensado, debe ser difícil reclamar coherencia desde los grandes despachos vaticanos de quienes escriben y revisan misales y breviarios...
Tal vez sea que la Iglesia, intuyendo los complejos mecanismo de la mente humana, consiente símbolos paganos de ostentación y riqueza para poder llegar a más conciencias.
Y que las familias encuentran el modo perfecto de aferrarse al ritual para encuentros deseados o forzados, pero inevitables siempre. Para que los abrazos o las discusiones, la mesa compartida o el alcohol rebosante, nos recuerden que los vínculos de sangre nos perseguirán hasta el último suspiro.
A pesar de todo, desde aquí, a esta "inmensa minoría" de frecuentadores cibernéticos y amigos varios, mis mejores deseos para esta Navidad y que 2008 vea colmarse vuestras ilusiones y anhelos.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
domingo, 2 de diciembre de 2007
Con prisa y deprisa
Hace no mucho charlaba con un compañero de profesión algo mayor que yo sobre lo compleja que hemos hecho la vida.
Recordábamos cómo quince o veinte años atrás uno, en ocasiones, tenía prisa. Se le acumulaban varias cosas que hacer en el día y podía ser complicado llegar a todas. Pero era algo circunstancial. Que podía incluso repetirse con cierta frecuencia, pero que no resultaba absolutamente imprevisto.
Hoy, sin embargo, los días con prisa han desaparecido. Porque vivimos deprisa. Y como todo es urgente, es la propia sucesión de acontecimientos la que nos conduce por la vida.
En las grandes ciudades el asunto es simplemente demencial. Pero incluso en las pequeñas el fenómeno va siendo cada vez más frecuente.
A través de los móviles, las blackberries, los portátiles, los espacios wi-fi,... tenemos que estar permanente comunicados. O lo que es lo mismo, accesibles. Dispuestos a que cualquiera interrumpa nuestro ocio, descanso, trabajo o reflexión para contarnos cualquier estupidez, hacernos partícipes de la última noticia o encargarnos algún asunto profesional que debe ser resuelto con igual celeridad.
La intimidad ha dejado de existir. Y el hecho de estar de fin de semana o de vacaciones no supone ya, para la mayoría de quienes nos dedicamos al sector "servicios", desconectar de la actividad. Sino sólo poderlo hacer a un ritmo menor y desde diferentes puntos geográficos.
Sumando la facilidad de los viajes y la inmediatez en el envío y recepción de voz, imagen y datos, la disponibilidad es algo inherente a cualquier profesional.
Para muchos, la competitividad, eficacia y productividad consisten precisamente en esto. En que las cosas se hagan de forma inmediata.
Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, esto no es así. Sobre todo, por dos motivos: la imprevisión y la falta de reflexión.
La teoría tradicional del "management" explica cómo para la dirección de cualquier proceso es necesario seguir tres etapas: planificación, organización y control. Estudiar qué hay que hacer, implantar los recursos necesario para ello y establecer los mecanismos de control para asegurar la adecuada calidad y subsanar los errores (humanos o del proceso) que se pongan de manifiesto. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de recibir un correo electrónico y responderlo a la mayor brevedad resulta imposible cualquier mecanismo de planificación, orden o control. Ni en quien lo emite (habitualmente), ni en quien tiene que responderlo.
Pero, además, la inmediatez estimula los reflejos, pero impide la reflexión. Uno suele hacerse más despierto para intuir los riesgos y advertir los peligros. Pero difícilmente podrá analizar las cuestiones con el detenimiento que requieren. Porque ni hay tiempo para hacerlo ni, en general, se valorará.
Todo ello, cuando, además, la continua movilidad entre empresas hace que cuando surgen los problemas casi nunca estén para responder de ello los mismos que los causaron. Pero esto es parte de otra historia...
Recordábamos cómo quince o veinte años atrás uno, en ocasiones, tenía prisa. Se le acumulaban varias cosas que hacer en el día y podía ser complicado llegar a todas. Pero era algo circunstancial. Que podía incluso repetirse con cierta frecuencia, pero que no resultaba absolutamente imprevisto.
Hoy, sin embargo, los días con prisa han desaparecido. Porque vivimos deprisa. Y como todo es urgente, es la propia sucesión de acontecimientos la que nos conduce por la vida.
En las grandes ciudades el asunto es simplemente demencial. Pero incluso en las pequeñas el fenómeno va siendo cada vez más frecuente.
A través de los móviles, las blackberries, los portátiles, los espacios wi-fi,... tenemos que estar permanente comunicados. O lo que es lo mismo, accesibles. Dispuestos a que cualquiera interrumpa nuestro ocio, descanso, trabajo o reflexión para contarnos cualquier estupidez, hacernos partícipes de la última noticia o encargarnos algún asunto profesional que debe ser resuelto con igual celeridad.
La intimidad ha dejado de existir. Y el hecho de estar de fin de semana o de vacaciones no supone ya, para la mayoría de quienes nos dedicamos al sector "servicios", desconectar de la actividad. Sino sólo poderlo hacer a un ritmo menor y desde diferentes puntos geográficos.
Sumando la facilidad de los viajes y la inmediatez en el envío y recepción de voz, imagen y datos, la disponibilidad es algo inherente a cualquier profesional.
Para muchos, la competitividad, eficacia y productividad consisten precisamente en esto. En que las cosas se hagan de forma inmediata.
Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, esto no es así. Sobre todo, por dos motivos: la imprevisión y la falta de reflexión.
La teoría tradicional del "management" explica cómo para la dirección de cualquier proceso es necesario seguir tres etapas: planificación, organización y control. Estudiar qué hay que hacer, implantar los recursos necesario para ello y establecer los mecanismos de control para asegurar la adecuada calidad y subsanar los errores (humanos o del proceso) que se pongan de manifiesto. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de recibir un correo electrónico y responderlo a la mayor brevedad resulta imposible cualquier mecanismo de planificación, orden o control. Ni en quien lo emite (habitualmente), ni en quien tiene que responderlo.
Pero, además, la inmediatez estimula los reflejos, pero impide la reflexión. Uno suele hacerse más despierto para intuir los riesgos y advertir los peligros. Pero difícilmente podrá analizar las cuestiones con el detenimiento que requieren. Porque ni hay tiempo para hacerlo ni, en general, se valorará.
Todo ello, cuando, además, la continua movilidad entre empresas hace que cuando surgen los problemas casi nunca estén para responder de ello los mismos que los causaron. Pero esto es parte de otra historia...
domingo, 25 de noviembre de 2007
Museo del Prado
Esta mañana, a las diez y cuarto, la cola para entrar en el Museo del Prado era de unas dos horas según informaba una señorita con chubasquero reflectante del equipo de seguridad que se encontraba dando planos a quienes aguardaban pacientemente.
He dejado pasar unas semanas desde la inauguración de la ampliación para volver a hacer una visita matutina. Intentar recorrer ocho o diez salas y luego tomar unas cañas por Huertas. No tenía intención de visitar la exposición temporal de Velázquez, que suponía podía estar más concurrida. Y teniendo en cuenta que las mañanas de domingo son ahora de pago esperaba que uno pudiera acceder en diez o quince minutos, como máximo. Lo imprescindible para que haya un cierto control por razones de seguridad.
Pero no. Alguien ha debido decidir que para entrar en el Museo del Prado hay que superar una prueba de resistencia física. Hace unos años escuché a alguien decir que no dejaría entrar en un Museo a quien no superara un examen de conocimientos culturales básicos. Puestos a elegir, creo que lo del examen está más justificado que la capacidad de aguante al frío.
¿Tan difícil es poner unas máquinas automáticas expendedoras de entradas? ¿Multiplicar por diez o por quince quienes atienden en las taquillas y los controles de seguridad? ¿Vender entradas en todos los grandes almacenes, en las tiendas de alrededor, en los puestos de libros de la Cuesta Moyano,…? ¿O es que realmente pretenden disuadir de la visita?
Por favor, ¡que se vayan a la calle todos los responsables del Prado! Desde el jefe de taquillas hasta el Presidente del Gobierno. Todos de los que dependa jerárquica o funcionalmente el acceso al Museo. ¡Que los inhabiliten para ejercer cualquier cargo o responsabilidad pública! ¡Les incrementen un 500% su IRPF para compensar sus desmanes!
¿Hay algo culturalmente más valioso en España? ¿Algo a lo que prestar más atención?
Si esto pasara en una empresa privada, sus responsables no se irían a dormir hasta que no hubieran encontrado una solución. No descansarían los fines de semana. Tomarían medidas provisionales hasta que encontraran una forma eficaz de solucionarlo de forma definitiva.
Pero resulta que hemos dejado Las Meninas, El Jardín de las Delicias y Las Majas al cargo de los más mediocres. De quienes son incapaces de prever que el arte interesa a alguien más que a ellos.
Tiene guasa. Los partidos gastándose nuestro dinero en vídeos absurdos, en proclamaciones evidentes de candidatos,… Y la gente haciendo colas de más de dos horas para poder entrar en un Museo.
El pueblo preocupado por el arte, la cultura y la belleza, y sus políticos y funcionarios tratando de impedir que puedan acceder a ello.
¿Para esto les pagamos?
He dejado pasar unas semanas desde la inauguración de la ampliación para volver a hacer una visita matutina. Intentar recorrer ocho o diez salas y luego tomar unas cañas por Huertas. No tenía intención de visitar la exposición temporal de Velázquez, que suponía podía estar más concurrida. Y teniendo en cuenta que las mañanas de domingo son ahora de pago esperaba que uno pudiera acceder en diez o quince minutos, como máximo. Lo imprescindible para que haya un cierto control por razones de seguridad.
Pero no. Alguien ha debido decidir que para entrar en el Museo del Prado hay que superar una prueba de resistencia física. Hace unos años escuché a alguien decir que no dejaría entrar en un Museo a quien no superara un examen de conocimientos culturales básicos. Puestos a elegir, creo que lo del examen está más justificado que la capacidad de aguante al frío.
¿Tan difícil es poner unas máquinas automáticas expendedoras de entradas? ¿Multiplicar por diez o por quince quienes atienden en las taquillas y los controles de seguridad? ¿Vender entradas en todos los grandes almacenes, en las tiendas de alrededor, en los puestos de libros de la Cuesta Moyano,…? ¿O es que realmente pretenden disuadir de la visita?
Por favor, ¡que se vayan a la calle todos los responsables del Prado! Desde el jefe de taquillas hasta el Presidente del Gobierno. Todos de los que dependa jerárquica o funcionalmente el acceso al Museo. ¡Que los inhabiliten para ejercer cualquier cargo o responsabilidad pública! ¡Les incrementen un 500% su IRPF para compensar sus desmanes!
¿Hay algo culturalmente más valioso en España? ¿Algo a lo que prestar más atención?
Si esto pasara en una empresa privada, sus responsables no se irían a dormir hasta que no hubieran encontrado una solución. No descansarían los fines de semana. Tomarían medidas provisionales hasta que encontraran una forma eficaz de solucionarlo de forma definitiva.
Pero resulta que hemos dejado Las Meninas, El Jardín de las Delicias y Las Majas al cargo de los más mediocres. De quienes son incapaces de prever que el arte interesa a alguien más que a ellos.
Tiene guasa. Los partidos gastándose nuestro dinero en vídeos absurdos, en proclamaciones evidentes de candidatos,… Y la gente haciendo colas de más de dos horas para poder entrar en un Museo.
El pueblo preocupado por el arte, la cultura y la belleza, y sus políticos y funcionarios tratando de impedir que puedan acceder a ello.
¿Para esto les pagamos?
domingo, 18 de noviembre de 2007
Flamenco y folklore
Hace poco más de una semana he conseguido hacerme con una reedición del libro "Cantes flamencos recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)".
La edición original es de 1881 y pasa por ser una de las primeras recopilaciones de letras del flamenco. Su autor es el padre de los poetas Manuel y Antonio Machado, que fue uno de los que comenzó los estudios del folklore en nuestro país (dicen, incluso, que el que introdujo esa palabra en nuestro idioma).
Resulta curiosísima su lectura. Uno se da cuénta de las miserias de la vida de los gitanos a finales del XIX y cómo el quejío arrebatado del flamenco era tal vez la forma de expresión más clara. Son dardos a la conciencia de una sociedad dura y hambrienta en la que el respeto a los derechos humanos no era precisamente una prioridad.
Pero también son muestras del ingenio y del optimismo, del amor y de los sufrimientos del desamor,... El flamenco es la voz de todo un pueblo. Nada que ver con el flamenquito que suena hoy en muchas emisoras, tan convencional como insulso en su mayoría.
Una par de letrillas bastante ingeniosas (con la grafía tradicional):
"Mira si tengo talento
que he puesto una escribanía
entro e mi pensamiento"
"Chiquiya, tú eres muy loca:
eres como las campanas.
Que toito er mundo las toca"
Y toda una declaración de amor (también como estaba escrita en 1881):
"Una noche oscurita
yobiendo estaba,
con la lus e tus ojos
yo m'alumbraba"
La edición original es de 1881 y pasa por ser una de las primeras recopilaciones de letras del flamenco. Su autor es el padre de los poetas Manuel y Antonio Machado, que fue uno de los que comenzó los estudios del folklore en nuestro país (dicen, incluso, que el que introdujo esa palabra en nuestro idioma).
Resulta curiosísima su lectura. Uno se da cuénta de las miserias de la vida de los gitanos a finales del XIX y cómo el quejío arrebatado del flamenco era tal vez la forma de expresión más clara. Son dardos a la conciencia de una sociedad dura y hambrienta en la que el respeto a los derechos humanos no era precisamente una prioridad.
Pero también son muestras del ingenio y del optimismo, del amor y de los sufrimientos del desamor,... El flamenco es la voz de todo un pueblo. Nada que ver con el flamenquito que suena hoy en muchas emisoras, tan convencional como insulso en su mayoría.
Una par de letrillas bastante ingeniosas (con la grafía tradicional):
"Mira si tengo talento
que he puesto una escribanía
entro e mi pensamiento"
"Chiquiya, tú eres muy loca:
eres como las campanas.
Que toito er mundo las toca"
Y toda una declaración de amor (también como estaba escrita en 1881):
"Una noche oscurita
yobiendo estaba,
con la lus e tus ojos
yo m'alumbraba"
sábado, 3 de noviembre de 2007
Los muertos que vos matáis
El pasado día 1 de noviembre me acerqué a Alcalá de Henares a ver la representación del Don Juan de Zorrilla en la Huerta del Palacio Arzobispal.
Contemplar esta obra, junto con la visita a los cementerios, es lo que manda la tradición en nuestro país. Nada de Haloween ni de calabazas, estúpidas costumbres anglosajonas. Aquí lo que toca es un acercamiento a los muertos. Frente a frente. Sin agachar la cabeza. Y siendo consciente de que pueden pedirte cuentas... incluso desde el más allá.
Lo de los cementerios no me gusta nada. Hace años que huyo de ellos. Entiendo que haya quien acuda frente a las tumbas a honrar a sus antepasados. Pero para mí, aquellos polvos enterrados en nichos de ladrillo, hormigón y granito no son mis familiares, mis amigos,... Porque su recuerdo acude, fugaz o constante, dependiendo de los casos, sin que uno lo convoque y en los lugares más insospechados. Además, lo de blanquear los sepulcros me recuerda a una cita no muy positiva, si no recuerdo mal, en algún evangelio... Aunque no descarto ir alguna vez al de San Fernando en Sevilla, donde además de encontrarse esculturas de notable calidad (mausoleo de Joselito -Benlliure-, la copia exacta del Cachorro en el panteón de Aníbal González, el Cristo de las mieles -Susillo-,...) dicen que uno puede disfrutar de un paseo de lo más agradable. (Esto último, que me lo expliquen).
Lo de Don Juan es otra cosa. Es una visión entretenida de caracteres que han poblado nuestras ciudades hasta hace no mucho. La del fanfarrón que se juega la virtud de su prometida en una torpe apuesta. La de quien recoje el guante y gana la apuesta. El padre preocupado por la honra y la madre abadesa por la tradición... El duelo como forma de dirimir los conflictos (más rápido, sin duda, que nuestra justicia, y no hay por qué pensar que más azaroso). Los muertos que reclaman venganza y el sátiro desalmado que retiene un punto de temor de Dios.
La afluencia de gente fue todo un éxito y la puesta en escena brillante. Una pena que, siendo gratuito, acudieran también curiosos por ver de qué iba aquello. Una entrada testimonial hubiera servido para evitar voyeaurs.
Aunque parte de aquellos supieron por fin de dónde viene aquel "¿No es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla/...?"
Eso sí, no pudieron escuchar aquello de "los muertos que vos matáis / gozan de buena salud". Atribución apócrifa a Zorrilla, pero que no se incluye en el texto de la obra.
Contemplar esta obra, junto con la visita a los cementerios, es lo que manda la tradición en nuestro país. Nada de Haloween ni de calabazas, estúpidas costumbres anglosajonas. Aquí lo que toca es un acercamiento a los muertos. Frente a frente. Sin agachar la cabeza. Y siendo consciente de que pueden pedirte cuentas... incluso desde el más allá.
Lo de los cementerios no me gusta nada. Hace años que huyo de ellos. Entiendo que haya quien acuda frente a las tumbas a honrar a sus antepasados. Pero para mí, aquellos polvos enterrados en nichos de ladrillo, hormigón y granito no son mis familiares, mis amigos,... Porque su recuerdo acude, fugaz o constante, dependiendo de los casos, sin que uno lo convoque y en los lugares más insospechados. Además, lo de blanquear los sepulcros me recuerda a una cita no muy positiva, si no recuerdo mal, en algún evangelio... Aunque no descarto ir alguna vez al de San Fernando en Sevilla, donde además de encontrarse esculturas de notable calidad (mausoleo de Joselito -Benlliure-, la copia exacta del Cachorro en el panteón de Aníbal González, el Cristo de las mieles -Susillo-,...) dicen que uno puede disfrutar de un paseo de lo más agradable. (Esto último, que me lo expliquen).
Lo de Don Juan es otra cosa. Es una visión entretenida de caracteres que han poblado nuestras ciudades hasta hace no mucho. La del fanfarrón que se juega la virtud de su prometida en una torpe apuesta. La de quien recoje el guante y gana la apuesta. El padre preocupado por la honra y la madre abadesa por la tradición... El duelo como forma de dirimir los conflictos (más rápido, sin duda, que nuestra justicia, y no hay por qué pensar que más azaroso). Los muertos que reclaman venganza y el sátiro desalmado que retiene un punto de temor de Dios.
La afluencia de gente fue todo un éxito y la puesta en escena brillante. Una pena que, siendo gratuito, acudieran también curiosos por ver de qué iba aquello. Una entrada testimonial hubiera servido para evitar voyeaurs.
Aunque parte de aquellos supieron por fin de dónde viene aquel "¿No es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla/...?"
Eso sí, no pudieron escuchar aquello de "los muertos que vos matáis / gozan de buena salud". Atribución apócrifa a Zorrilla, pero que no se incluye en el texto de la obra.
domingo, 28 de octubre de 2007
13 Rosas y 498 Mártires
Resulta curiosa la coincidencia: estreno de la película 13 rosas y beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España.
Con ambos recuerdos a la vez no es difícil darse cuenta de la generalizada insensatez en nuestro país durante los años treinta. Por parte de todos.
La República trató de paliar evidentes injusticias en una sociedad escasamente desarrollada, caciquil y retrógrada. Apostó por la educación y la cultura y defendió nominalmente valores democráticos. Pero lo hizo desde un frentismo feroz y sin garantizar mínimamente la seguridad y el orden público (que es, se quiera o no, la primera obligación de un gobernante, sin el cual todo lo demás que haga es irrelevante). Muchos de sus dirigentes, antes y después del 18 de julio del 36, azuzaron a masas hambrientas e incultas contra la Iglesia, que si bien no siempre había guardado la ecuanimidad necesaria, no era desde luego merecedora de los ataques personales y materiales que sufrió.
El ejemplo de quienes murieron por el mero hecho de ser católicos, sin renegar de su fe, perdonando y rezando por quienes les estaban asesinando, es un ejemplo de entereza que evidencia hasta qué punto la Iglesia es depositaria de unos valores que van mucho más allá de las actuaciones equivocadas de sus miembros en un momento dado. Otra cosa es que con la beatificación se quiera soslayar una actuación institucional que no fue precisamente ejemplar (aunque problamente era básicamente defensiva frente a quienes pretendían aniquilarla).
En el otro bando, y después ya de la contienda, resulta estremecedor lo que se hizo con aquellas trece jóvenes. Y, sobre todo, resulta desalentador que se hiciera desde un régimen que proclamaba una fe desde la que, se mire como se mire, no puede justificarse una actuación como aquella. La pena de muerte es siempre, además de un acto inhumano, la constatación del fracaso del régimen que lo practica. En un caso como el de aquellas militantes de la JSU era, además, innecesario, vil y puramente vengativo.
Las dos actuaciones, en fin, son sólo producto del odio. Un odio azuzado por políticos mediocres y con una nula visión de futuro. No hay que perderlo de vista. Esta y no otra es la memoria histórica que precisamos: recordar que los políticos que denigran y descalifican al adversario y a quienes le apoyan generan un odio que luego no hay quien pare. Que no cabe el maniqueísmo que demoniza a un sector de la población por su ideología.
Deberían tenerlo en cuenta en la tramitación de esta ley de la Memoria Histórica. Personalmente, soy partidario de dejar las cosas como están. De no remover la mierda. Pero si se quiere hacer, además de valorar con mucho cuidado las consecuencias, deberían recordar que hubo víctimas de todos los signos y todos deben ser objeto de reparación. Como todos los políticos de aquella época (o casi todos) objeto de crítica. No sirve decir que algunas víctimas ya han sido objeto de reparación durante cuarenta años. Primero, porque no es igual que el resarcimiento venga de una dictadura que de un régimen democrático; pero, además, porque como cantaba Aguaviva sobre un poema de Bertol Brecht:
"La guerra que vendrá
no es la primera.
Hubo otras guerras.
Al final de la última quedaron vencedores y vencidos.
Entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre.
Entre los vencedores, el pueblo llano la pasó también"
Con ambos recuerdos a la vez no es difícil darse cuenta de la generalizada insensatez en nuestro país durante los años treinta. Por parte de todos.
La República trató de paliar evidentes injusticias en una sociedad escasamente desarrollada, caciquil y retrógrada. Apostó por la educación y la cultura y defendió nominalmente valores democráticos. Pero lo hizo desde un frentismo feroz y sin garantizar mínimamente la seguridad y el orden público (que es, se quiera o no, la primera obligación de un gobernante, sin el cual todo lo demás que haga es irrelevante). Muchos de sus dirigentes, antes y después del 18 de julio del 36, azuzaron a masas hambrientas e incultas contra la Iglesia, que si bien no siempre había guardado la ecuanimidad necesaria, no era desde luego merecedora de los ataques personales y materiales que sufrió.
El ejemplo de quienes murieron por el mero hecho de ser católicos, sin renegar de su fe, perdonando y rezando por quienes les estaban asesinando, es un ejemplo de entereza que evidencia hasta qué punto la Iglesia es depositaria de unos valores que van mucho más allá de las actuaciones equivocadas de sus miembros en un momento dado. Otra cosa es que con la beatificación se quiera soslayar una actuación institucional que no fue precisamente ejemplar (aunque problamente era básicamente defensiva frente a quienes pretendían aniquilarla).
En el otro bando, y después ya de la contienda, resulta estremecedor lo que se hizo con aquellas trece jóvenes. Y, sobre todo, resulta desalentador que se hiciera desde un régimen que proclamaba una fe desde la que, se mire como se mire, no puede justificarse una actuación como aquella. La pena de muerte es siempre, además de un acto inhumano, la constatación del fracaso del régimen que lo practica. En un caso como el de aquellas militantes de la JSU era, además, innecesario, vil y puramente vengativo.
Las dos actuaciones, en fin, son sólo producto del odio. Un odio azuzado por políticos mediocres y con una nula visión de futuro. No hay que perderlo de vista. Esta y no otra es la memoria histórica que precisamos: recordar que los políticos que denigran y descalifican al adversario y a quienes le apoyan generan un odio que luego no hay quien pare. Que no cabe el maniqueísmo que demoniza a un sector de la población por su ideología.
Deberían tenerlo en cuenta en la tramitación de esta ley de la Memoria Histórica. Personalmente, soy partidario de dejar las cosas como están. De no remover la mierda. Pero si se quiere hacer, además de valorar con mucho cuidado las consecuencias, deberían recordar que hubo víctimas de todos los signos y todos deben ser objeto de reparación. Como todos los políticos de aquella época (o casi todos) objeto de crítica. No sirve decir que algunas víctimas ya han sido objeto de reparación durante cuarenta años. Primero, porque no es igual que el resarcimiento venga de una dictadura que de un régimen democrático; pero, además, porque como cantaba Aguaviva sobre un poema de Bertol Brecht:
"La guerra que vendrá
no es la primera.
Hubo otras guerras.
Al final de la última quedaron vencedores y vencidos.
Entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre.
Entre los vencedores, el pueblo llano la pasó también"
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viernes, 19 de octubre de 2007
Por fin vas a entender de vinos
Mi buen amigo Andrés Sánchez Magro acaba de publicar en Espasa "Por fin vas a entender de vinos", un libro ameno y de fácil lectura para quien quiera iniciarse en el conocimiento de este alegre mundo cada vez más de moda.
Con un formato de pregunta-respuesta, recorre desde los diferentes tipos de uvas hasta los gurús del vino, pasando por el proceso de elaboración de los distintos tipos de vinos o las referencias a las denominaciones más tradicionales de nuestro país (Rioja, Jerez, Ribera del Duero, Toro, Somontano,...) y a caldos como los cavas o los vinos dulces.
No es un libro para entendidos ni una guía de marcas o añadas, pero sí es una referencia muy útil para quienes están aficionándose al vino y quieren tener una rápida visión general.
Y también una lectura de interés para cualquiera inquieto intelectualmente, por las múltiples cuestiones que sólo apunta y deja sin resolver y por las rotundas afirmaciones que hace en otras ocasiones (políticamente incorrectas algunas de ellas, como procede). Como ésta, de las páginas iniciales:
"No olvidemos que el vino es sobre todo salud y fortaleza del espíritu. Una credencial para cultivar otro modelo de sociedad, más culta, elegante y de discurso lento, el de la libación sosegada y observadora. El de la mesa compartida con la palabra en el aire."
Atinada observación de quien reconoce que a él los edificios que le gustan son las iglesias, las bodegas y las plazas de toros. ¿Hay mejor elección?
Con un formato de pregunta-respuesta, recorre desde los diferentes tipos de uvas hasta los gurús del vino, pasando por el proceso de elaboración de los distintos tipos de vinos o las referencias a las denominaciones más tradicionales de nuestro país (Rioja, Jerez, Ribera del Duero, Toro, Somontano,...) y a caldos como los cavas o los vinos dulces.
No es un libro para entendidos ni una guía de marcas o añadas, pero sí es una referencia muy útil para quienes están aficionándose al vino y quieren tener una rápida visión general.
Y también una lectura de interés para cualquiera inquieto intelectualmente, por las múltiples cuestiones que sólo apunta y deja sin resolver y por las rotundas afirmaciones que hace en otras ocasiones (políticamente incorrectas algunas de ellas, como procede). Como ésta, de las páginas iniciales:
"No olvidemos que el vino es sobre todo salud y fortaleza del espíritu. Una credencial para cultivar otro modelo de sociedad, más culta, elegante y de discurso lento, el de la libación sosegada y observadora. El de la mesa compartida con la palabra en el aire."
Atinada observación de quien reconoce que a él los edificios que le gustan son las iglesias, las bodegas y las plazas de toros. ¿Hay mejor elección?
jueves, 11 de octubre de 2007
La función del Parlamento (a propósito de la Ley de la Memoria Histórica)
Es curioso lo que ha sucedido en la tramitación de la Ley de la Memoria Histórica. Después de muchos meses parada, se reactiva a pocos meses de las elecciones en un intento nada disimulado por movilizar la conciencia de una parte significativa de la izquierda de cara a los comicios.
En todo caso, y más allá de su contenido y oportunidad, lo que me parece más grave desde la perspectiva de una democracia parlamentaria son las razones aducidas para dinamizar ahora su proceso de aprobación. El pasado lunes, el portavoz del PSOE anunció que se había desbloqueado la negociación de la Ley al conseguirse un alto grado de acercamiento entre numerosos partidos, lo que permitía garantizar su aprobación.
Lo indignante es que esta negociación se ha producido al margen del debate parlamentario y, de hecho, la ponencia para la discusión del proyecto de ley sólo se ha convocado cuando se ha alcanzado un acuerdo fuera del debate público, en reuniones secretas o discretas (tanto da), sin presencia de periodistas, cámaras, micrófonos,.. ni siquiera de los partidos contrarios al acuerdo alcanzado.
El Parlamento no es (no puede ser) un espacio en el que se voten acuerdos alcanzados de forma sigilosa. Es imprescindible que cualquier negociación y discusión sobre las leyes se realice precisamente allí y de forma pública. Que se sepa qué es lo que pide inicialmente cada uno, qué argumentos se intercambian, cómo se va modificando la redacción y cuál es el cambio de posiciones de cada uno de los grupos.
En una democracia el procedimiento de formación de la voluntad de los legisladores es tan importante como el hecho de que estos puedan votar un texto final. No sólo porque con ello se da un elemento clave de interpretación del sentido de la ley finalmente aprobada, sino sobre todo porque sólo de ese modo los ciudadanos saben la contundencia con la que sus representantes defienden sus posiciones, a qué están dispuestos a renunciar y a cambio de qué, qué ofrece el partido mayoritario a los demás para recabar su apoyo, cuáles son las razones de cada alianza,...
Pero eso supondría que nuestros políticos se sintieran responsables frente a quienes les votan. Algo muy complicado cuando a quienes tienen que agradar es a los que les ponen en el lugar adecuado de la lista de su partido.
En todo caso, y más allá de su contenido y oportunidad, lo que me parece más grave desde la perspectiva de una democracia parlamentaria son las razones aducidas para dinamizar ahora su proceso de aprobación. El pasado lunes, el portavoz del PSOE anunció que se había desbloqueado la negociación de la Ley al conseguirse un alto grado de acercamiento entre numerosos partidos, lo que permitía garantizar su aprobación.
Lo indignante es que esta negociación se ha producido al margen del debate parlamentario y, de hecho, la ponencia para la discusión del proyecto de ley sólo se ha convocado cuando se ha alcanzado un acuerdo fuera del debate público, en reuniones secretas o discretas (tanto da), sin presencia de periodistas, cámaras, micrófonos,.. ni siquiera de los partidos contrarios al acuerdo alcanzado.
El Parlamento no es (no puede ser) un espacio en el que se voten acuerdos alcanzados de forma sigilosa. Es imprescindible que cualquier negociación y discusión sobre las leyes se realice precisamente allí y de forma pública. Que se sepa qué es lo que pide inicialmente cada uno, qué argumentos se intercambian, cómo se va modificando la redacción y cuál es el cambio de posiciones de cada uno de los grupos.
En una democracia el procedimiento de formación de la voluntad de los legisladores es tan importante como el hecho de que estos puedan votar un texto final. No sólo porque con ello se da un elemento clave de interpretación del sentido de la ley finalmente aprobada, sino sobre todo porque sólo de ese modo los ciudadanos saben la contundencia con la que sus representantes defienden sus posiciones, a qué están dispuestos a renunciar y a cambio de qué, qué ofrece el partido mayoritario a los demás para recabar su apoyo, cuáles son las razones de cada alianza,...
Pero eso supondría que nuestros políticos se sintieran responsables frente a quienes les votan. Algo muy complicado cuando a quienes tienen que agradar es a los que les ponen en el lugar adecuado de la lista de su partido.
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jueves, 4 de octubre de 2007
Francisco de Asís
Hoy 4 de octubre la Iglesia Católica conmemora la festividad de Francisco de Asís. Y para quienes nos educamos de niños en un colegio franciscano y dedicamos gran parte de nuestra adolescencia y juventud a grupos juveniles inspirados en su figura nos resulta difícil no tener atisbos de nostalgia llegado este día.
Francisco no es un santo al uso. Supongo que ninguno lo es. Desde los apóstoles hasta los más recientes cada uno ha dejado suficiente huella para que se le recuerde y proponga como modelo de lo que es un posible modo de vivir conforme a las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, en el caso de Francisco el asunto tiene una singularidad que para mí lo hace irrepetible: él trata sólo de vivir conforme al Evangelio. Sin más reglas ni prejuicios. No quiere crear un ejército para Dios (Ignacio de Loyola), recluir a monjes en monasterios (San Benito) o impulsar una vida de estudio (Santo Domingo),… De hecho, ni siquiera trata de crear una orden religiosa, sino que eso es algo a lo que se ve irremediablemente abocado por el número de hermanos que se le van uniendo. Y prueba de que ni lo busca ni sabe gestionarlo es que es cesado como Ministro General en vida, cosa bastante infrecuente (si no única) entre los fundadores de órdenes religiosas.
Tal vez por eso, a quienes crecimos en la fe a la sombra de su ejemplo Francisco nos ha colocado con el paso de los años en una situación bastante comprometida. Porque lo que con quince o dieciséis años era un ejemplo radical, atractivo y rompedor, ahora, inmersos en una vida personal y laboral que nada tiene que ver con sus valores, es un recuerdo permanente de lo inalcanzable de su propuesta. Al menos, sin la valentía que él tuvo de romper con todo.
Recuerdo muchas veces una de las viñetas de “Francisco el Buenagente”, de Cortés, en la que explicaba que si uno había tenido la suerte de beber a borbotones el agua pura que brotaba sin cesar de un manantial no podía conformarse ya con pequeños sorbitos de otras fuentes que encontraba a su paso. Algo así es lo que uno siente cuando reconoce que la fe (como otras muchas cosas en la vida) o se vive en serio o mejor olvidarse de ella (aunque sea por un tiempo).
Esa es también la razón por la que, más allá de que uno pueda ahora estar más o menos alejado de su enseñanza e incluso de la fe, esa forma de enfocar las cosas de Francisco ha dejado una huella que acabamos trasladando a otras facetas de nuestro comportamiento. Y que básicamente consiste en que las cosas se hacen sólo si uno cree absolutamente en ellas y, entonces, sin control ni cortapisas.
Dicho de otro modo: la radicalidad, la coherencia, la absoluta despreocupación del qué dirán, la libertad,… son valores asociados inicialmente al campo de la fe en el modo en que la vivió Francisco, pero que acaban impregnando otros aspectos de la vida. No con toda la contundencia que a uno le gustaría (no queda más remedio que vivir en sociedad), pero sí como ideal que nunca deja de estar presente.
Porque al final, con el paso de los años, lo que realmente se ha sedimentado es la conciencia de que Francisco fue un hombre básicamente feliz porque fue libre. Y consiguió ser libre cuando se despojó de todo lo que le ataba a las convenciones sociales y dejó de actuar conforme a lo que se esperaba de él.
Cierto es que pudo hacerlo porque tenía la confianza puesta en que había alguien todopoderoso que le daría de comer y cuidaría de él. La duda entonces es por qué los que dicen que tienen esta confianza no actúan como Francisco y son tan libres como él. Y cómo se nos ocurre pretender ser libre a los que no tenemos esa confianza.
Una primera cita pertenece a Fray Carlos Amigo Vallejo, franciscano (ofm), Cardenal Arzobispo de Sevilla, que en su libro “Caminar con Francisco de Asís”, de la Editorial Asís, dice así:
“En San Francisco, en su ideal y en su vida, todo es transparente. Porque todo respira cordialidad, sencillez, amistad. Sentido hondo y universal de lo fraterno. Un lenguaje, éste de Francisco de Asís, comprensible para todos y válido en cualquier tiempo.
La contestación, como fenómeno de rechazo o indiferencia, no ha llegado a San Francisco. Quizá porque en él nada había de poder, de afán de dominio o de imposición. Aprendió lo difícil del ser libre. Y supo querer sin violencia. Pudo vivir en armonía con la naturaleza y con los hombres. (…)
Anuncia la liberación de la pobreza, la sencillez y la paz. Y su forma de vivir rompe todos los diques de la violencia, del orgullo, de la enemistad”.
Por su parte, el escritor Álvaro Pombo, en su sugerente y bastante ortodoxa “Vida de San Francisco de Asís. Una paráfrasis” (Editorial Planeta) dice lo siguiente:
“Uno de los atractivos de san Francisco de Asís fue para mí la sensación de hallarme ante un cristianismo anterior al concepto de pecado. Siempre tuve la impresión de que el pecado era un concepto menos importante en los evangelistas que el concepto de plenitud o de gracia o de pléroma o de boda (…). No estoy eludiendo la cruz. Pero la cruz no puede ser sustancial, de la misma manera que no puede ser sustancial el rescate: el sacrificio del cordeo inmaculado para pagar con su sangre el rescate, no puede ser sustancial”.
Como visión novelada muy atractiva y maravillosamente escrita recomiendo “El pobre de Asís” de Nikos Kazantzakis, en la Editorial Debate.
A nivel literario, aunque no han caído aún en mis manos, fuentes generalmente bien informadas dicen que los libros más interesantes sobre él son los de Chesterton y Pardo Bazán.
Y como divertimento genial el comic citado: “Francisco el Buenagente” de José Luis Cortés en la Editorial PPC.
Francisco no es un santo al uso. Supongo que ninguno lo es. Desde los apóstoles hasta los más recientes cada uno ha dejado suficiente huella para que se le recuerde y proponga como modelo de lo que es un posible modo de vivir conforme a las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, en el caso de Francisco el asunto tiene una singularidad que para mí lo hace irrepetible: él trata sólo de vivir conforme al Evangelio. Sin más reglas ni prejuicios. No quiere crear un ejército para Dios (Ignacio de Loyola), recluir a monjes en monasterios (San Benito) o impulsar una vida de estudio (Santo Domingo),… De hecho, ni siquiera trata de crear una orden religiosa, sino que eso es algo a lo que se ve irremediablemente abocado por el número de hermanos que se le van uniendo. Y prueba de que ni lo busca ni sabe gestionarlo es que es cesado como Ministro General en vida, cosa bastante infrecuente (si no única) entre los fundadores de órdenes religiosas.
Tal vez por eso, a quienes crecimos en la fe a la sombra de su ejemplo Francisco nos ha colocado con el paso de los años en una situación bastante comprometida. Porque lo que con quince o dieciséis años era un ejemplo radical, atractivo y rompedor, ahora, inmersos en una vida personal y laboral que nada tiene que ver con sus valores, es un recuerdo permanente de lo inalcanzable de su propuesta. Al menos, sin la valentía que él tuvo de romper con todo.
Recuerdo muchas veces una de las viñetas de “Francisco el Buenagente”, de Cortés, en la que explicaba que si uno había tenido la suerte de beber a borbotones el agua pura que brotaba sin cesar de un manantial no podía conformarse ya con pequeños sorbitos de otras fuentes que encontraba a su paso. Algo así es lo que uno siente cuando reconoce que la fe (como otras muchas cosas en la vida) o se vive en serio o mejor olvidarse de ella (aunque sea por un tiempo).
Esa es también la razón por la que, más allá de que uno pueda ahora estar más o menos alejado de su enseñanza e incluso de la fe, esa forma de enfocar las cosas de Francisco ha dejado una huella que acabamos trasladando a otras facetas de nuestro comportamiento. Y que básicamente consiste en que las cosas se hacen sólo si uno cree absolutamente en ellas y, entonces, sin control ni cortapisas.
Dicho de otro modo: la radicalidad, la coherencia, la absoluta despreocupación del qué dirán, la libertad,… son valores asociados inicialmente al campo de la fe en el modo en que la vivió Francisco, pero que acaban impregnando otros aspectos de la vida. No con toda la contundencia que a uno le gustaría (no queda más remedio que vivir en sociedad), pero sí como ideal que nunca deja de estar presente.
Porque al final, con el paso de los años, lo que realmente se ha sedimentado es la conciencia de que Francisco fue un hombre básicamente feliz porque fue libre. Y consiguió ser libre cuando se despojó de todo lo que le ataba a las convenciones sociales y dejó de actuar conforme a lo que se esperaba de él.
Cierto es que pudo hacerlo porque tenía la confianza puesta en que había alguien todopoderoso que le daría de comer y cuidaría de él. La duda entonces es por qué los que dicen que tienen esta confianza no actúan como Francisco y son tan libres como él. Y cómo se nos ocurre pretender ser libre a los que no tenemos esa confianza.
* * * * *
Para acabar, algunos apuntes literarios de distinto signo sobre el personaje, que dan una idea de cómo ha influido en personas de talante, creencias y formas de vida muy distintas.Una primera cita pertenece a Fray Carlos Amigo Vallejo, franciscano (ofm), Cardenal Arzobispo de Sevilla, que en su libro “Caminar con Francisco de Asís”, de la Editorial Asís, dice así:
“En San Francisco, en su ideal y en su vida, todo es transparente. Porque todo respira cordialidad, sencillez, amistad. Sentido hondo y universal de lo fraterno. Un lenguaje, éste de Francisco de Asís, comprensible para todos y válido en cualquier tiempo.
La contestación, como fenómeno de rechazo o indiferencia, no ha llegado a San Francisco. Quizá porque en él nada había de poder, de afán de dominio o de imposición. Aprendió lo difícil del ser libre. Y supo querer sin violencia. Pudo vivir en armonía con la naturaleza y con los hombres. (…)
Anuncia la liberación de la pobreza, la sencillez y la paz. Y su forma de vivir rompe todos los diques de la violencia, del orgullo, de la enemistad”.
Por su parte, el escritor Álvaro Pombo, en su sugerente y bastante ortodoxa “Vida de San Francisco de Asís. Una paráfrasis” (Editorial Planeta) dice lo siguiente:
“Uno de los atractivos de san Francisco de Asís fue para mí la sensación de hallarme ante un cristianismo anterior al concepto de pecado. Siempre tuve la impresión de que el pecado era un concepto menos importante en los evangelistas que el concepto de plenitud o de gracia o de pléroma o de boda (…). No estoy eludiendo la cruz. Pero la cruz no puede ser sustancial, de la misma manera que no puede ser sustancial el rescate: el sacrificio del cordeo inmaculado para pagar con su sangre el rescate, no puede ser sustancial”.
* * * * *
Para quienes quieran acercarse a su figura mis recomendaciones, no obstante, son tres de los libros tradicionales: “Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerc en Editorial Encuentro, “El hermano de asís” de Ignacio Larrañaga en Ediciones Paulina y “Yo, Francisco”, de Carlo Carreto, también en Ediciones Paulinas.Como visión novelada muy atractiva y maravillosamente escrita recomiendo “El pobre de Asís” de Nikos Kazantzakis, en la Editorial Debate.
A nivel literario, aunque no han caído aún en mis manos, fuentes generalmente bien informadas dicen que los libros más interesantes sobre él son los de Chesterton y Pardo Bazán.
Y como divertimento genial el comic citado: “Francisco el Buenagente” de José Luis Cortés en la Editorial PPC.
lunes, 1 de octubre de 2007
El debate del presupuesto
Cuando hace unos años estuve durante varias semanas en el Reino Unido por razones de trabajo me sorprendió la importancia social que se le daba al debate sobre el presupuesto.
El día que el presupuesto se presentaba al Parlamento había una programación especial de televisión para explicar y discutir su contenido. Y los que debatían no eran sólo políticos. También economistas, directivos de empresa, representantes sindicales y profesionales de distinta naturaleza analizaban detenidamente la propuesta del gobierno y valoraban cada una de sus decisiones en materia de ingresos y gastos.
Al día siguiente los periódicos dedicaban suplementos especiales con un nivel de detalle que permitía a cualquiera con un cierto nivel cultural hacerse una idea de cuáles eran las prioridades políticas manifestadas en aquellas cuentas.
En España esta preocupación por el presupuesto nunca ha existido. Y cuando surje, en los últimos años, lo hace como acostumbramos en nuestra historia reciente: por razones de geografía y a base de consignas.
O sea, que el asunto consiste en si se salda con Andalucía la deuda histórica, si para cumplir el ratio de inversiones del Estatuto catalán computan o no las partidas más inverosímiles o si para el presupuesto de Madrid se deben tener en cuenta las remodelaciones del mobiliario de los ministerios. Puro disparate.
No es de extrañar que una sociedad que le da esta importancia a qué parte detraen de lo obtenido lícitamente de su esfuerzo cotidiano y a cómo se gasta lo que le hurtan festeje en privado cualquier pequeña ratería al fisco y todas las formas de beneficiarse del despilfarro público que nos rodea.
En el fondo, a nadie le interesa que expliquen de dónde se obtienen los ingresos. Y sobre la base de qué tributos y qué contribuyentes ha evolucionado la recaudación respecto al año anterior. En qué se gasta cada euro. Cuánto va a los partidos ayunos de militantes. Y cuánto a los sindicatos a los que casi nadie se afilia. Cuánto se dilapida en replicar el entramado burocrático en cada comunidad autónoma. Y cuánto a subvenciones de cineastas, literatos, músicos y profetas varios (cuya obra me gusta apreciar, pero me jode se financie porque sí y con independencia de su calidad y reconocimiento social).
Me gustaría saber qué porcentaje real de los ingresos se destina a justicia, policía, infraestructuras, educación y sanidad (objetivos esenciales del Estado para lograr una sociedad justa). De lo restante, tal vez algo sea necesario, pero la mayoría es sólo un primitivo e injusto sistema de redistribución de la riqueza. O de mantenimiento de privilegios de castas y aseguramiento de la reelección. En el mejor de los casos.
El día que el presupuesto se presentaba al Parlamento había una programación especial de televisión para explicar y discutir su contenido. Y los que debatían no eran sólo políticos. También economistas, directivos de empresa, representantes sindicales y profesionales de distinta naturaleza analizaban detenidamente la propuesta del gobierno y valoraban cada una de sus decisiones en materia de ingresos y gastos.
Al día siguiente los periódicos dedicaban suplementos especiales con un nivel de detalle que permitía a cualquiera con un cierto nivel cultural hacerse una idea de cuáles eran las prioridades políticas manifestadas en aquellas cuentas.
En España esta preocupación por el presupuesto nunca ha existido. Y cuando surje, en los últimos años, lo hace como acostumbramos en nuestra historia reciente: por razones de geografía y a base de consignas.
O sea, que el asunto consiste en si se salda con Andalucía la deuda histórica, si para cumplir el ratio de inversiones del Estatuto catalán computan o no las partidas más inverosímiles o si para el presupuesto de Madrid se deben tener en cuenta las remodelaciones del mobiliario de los ministerios. Puro disparate.
No es de extrañar que una sociedad que le da esta importancia a qué parte detraen de lo obtenido lícitamente de su esfuerzo cotidiano y a cómo se gasta lo que le hurtan festeje en privado cualquier pequeña ratería al fisco y todas las formas de beneficiarse del despilfarro público que nos rodea.
En el fondo, a nadie le interesa que expliquen de dónde se obtienen los ingresos. Y sobre la base de qué tributos y qué contribuyentes ha evolucionado la recaudación respecto al año anterior. En qué se gasta cada euro. Cuánto va a los partidos ayunos de militantes. Y cuánto a los sindicatos a los que casi nadie se afilia. Cuánto se dilapida en replicar el entramado burocrático en cada comunidad autónoma. Y cuánto a subvenciones de cineastas, literatos, músicos y profetas varios (cuya obra me gusta apreciar, pero me jode se financie porque sí y con independencia de su calidad y reconocimiento social).
Me gustaría saber qué porcentaje real de los ingresos se destina a justicia, policía, infraestructuras, educación y sanidad (objetivos esenciales del Estado para lograr una sociedad justa). De lo restante, tal vez algo sea necesario, pero la mayoría es sólo un primitivo e injusto sistema de redistribución de la riqueza. O de mantenimiento de privilegios de castas y aseguramiento de la reelección. En el mejor de los casos.
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domingo, 23 de septiembre de 2007
Funcionarios, trabajadores y empresarios
Si hay algo que preocupa en los últimos años a la mayor parte de las empresas es la carencia de jóvenes preparados dispuestos a trabajar.
Asombra que esta preocupación sea general. Y que afecte igual a pequeños negocios y a grandes corporaciones. No es que no haya universitarios formados, sino que su formación en general no responde a lo que el mercado laboral demanda. Tanto en conocimientos, como en habilidades y, sobre todo, en capacidad de esfuerzo y sacrificio.
Los jóvenes de ahora han crecido en unos años en los que encontrar trabajo no era un problema. Y en los que, incluso si no había esa oportunidad, las redes de la protección social eran suficientemente cómodas como para no tener que preocuparse.
Por eso, lo primero que hacen cuando van a una entrevista de trabajo es plantear cuál es el horario de trabajo y cuáles son las vacaciones. Luego, si van a tener mucha presión y responsabilidad. Y, por último, a qué van a tener que dedicarse.
De esta forma, sólo unos pocos que tienen ambición (profesional y económica) encuentran hueco y son recibidos con los brazos abiertos en las organizaciones más exitosas. Y el resto, muchas veces son contratados más por la necesidad de que alguien saque parte del trabajo que por el convencimiento de que quien va a asumir el puesto es quien cumple todos los requisitos necesarios para desempeñarlo con eficiencia.
De mi generación, la inmensa mayoría de quienes cursamos con cierto éxito BUP y COU en mi Instituto de Cáceres estudiamos la carrera fuera (sobre todo en Madrid) y hemos encontrado trabajo también lejos de Extremadura. Como eso sucede a la vez que uno va asentando su realidad vital, resulta que casi todos hemos fijado nuestra residencia también a muchos kilómetros de allí.
No somos ni más listos ni más trabajadores, pero muchos hemos conseguido un desarrollo profesional en pocos años que hubiera sido imposible imaginar en Cáceres, Mérida o Badajoz.
Por contra, envidiamos a menudo el cómodo estilo de vida de muchos otros compañeros, menos aguerridos, que se han acomoda con puestos de poca responsabilidad o aprobando, la mayoría, oposiciones a la Junta, Ayuntamiento e instituciones similares.
El problema es que la función pública la pagamos mayormente quienes dedicamos muchas horas al trabajo. Y contra desproporcionados impuestos por nuestro esfuerzo, muchos viven despreocupados por su realidad y la de sus conciudadanos recibiendo sueldos muy escasos por trabajos que no aportan ningún valor añadido. (Veremos hasta cuándo puede mantenerse esta situación. Tomemos nota de Francia).
¡Claro que es un despropósito los sueldos miserables que ganan muchos de los recién titulados! Pero, ¿cuántos de ellos están dispuestos a dejarse las pestañas en trabajos exigentes en responsabilidad, horario y disponibilidad? ¿Cuántos médicos, ingenieros, abogados,... con buen currículum no encuentran empleo? Tal vez el asunto esté algo peor en quienes estudian publicidad, periodismo, humanidades, filosofía o filología. Pero es que estas materias (que a mí también me interesaban sobre manera cuando tuve que decidir a qué dedicarme) es muy probable que no sean muy aptas para que alguien pueda abonarte un jornal por echar unas horitas en ellas cada día. Y eso también hay que tenerlo presente cuando uno decide cuál es la carrera que quiere estudiar.
Conozco muchas empresas que no pueden cubrir todas sus vacantes cada año porque los expedientes que les llegan son de profesionales no suficientemente capacitados o con una capacidad de esfuerzo y sacrificio muy medida incluso antes de incorporarse al medio laboral (lo cual suele ser un indicio de lo que puede suceder a continuación).
Y para mayor inri, en España tenemos una clase empresarial con una escasa formación y una más que discutible capacidad de organización.
Si nuestra productividad es una de las más bajas de los paises desarrollados no es sólo porque tengamos unos trabajadores poco preparados o porque la composición del PIB descanse sobre actividades de poco valor añadido. Es también porque hay muy pocos empresarios que hayan sido capaces de estructurar de forma eficiente sus recursos, de hacer que cada uno sepa exactamente qué es lo que tiene que hacer, de que nadie en la empresa tenga que "inventar" procesos para actividades que han sido repetidas multitud de ocasiones, de incentivar a los más productivos y no a los que más horas permanecen en su puesto de trabajo, de dar ejemplo de orden, eficacia y transparencia,...
Sin duda, hay que poco que objetar a quienes arriesgan su dinero, aunque los resultados no sean muy brillantes. Pero resulta paradójico que el mercado no actúe creando organizaciones más eficaces que compitan en talento con las existentes.
¿Será porque en los últimos años cada uno trata de vivir lo mejor posible a corto plazo y le preocupa poco qué va a ser de él a medio plazo o qué puede dejar como herencia a sus hijos y a la sociedad en la que ha vivido?
Asombra que esta preocupación sea general. Y que afecte igual a pequeños negocios y a grandes corporaciones. No es que no haya universitarios formados, sino que su formación en general no responde a lo que el mercado laboral demanda. Tanto en conocimientos, como en habilidades y, sobre todo, en capacidad de esfuerzo y sacrificio.
Los jóvenes de ahora han crecido en unos años en los que encontrar trabajo no era un problema. Y en los que, incluso si no había esa oportunidad, las redes de la protección social eran suficientemente cómodas como para no tener que preocuparse.
Por eso, lo primero que hacen cuando van a una entrevista de trabajo es plantear cuál es el horario de trabajo y cuáles son las vacaciones. Luego, si van a tener mucha presión y responsabilidad. Y, por último, a qué van a tener que dedicarse.
De esta forma, sólo unos pocos que tienen ambición (profesional y económica) encuentran hueco y son recibidos con los brazos abiertos en las organizaciones más exitosas. Y el resto, muchas veces son contratados más por la necesidad de que alguien saque parte del trabajo que por el convencimiento de que quien va a asumir el puesto es quien cumple todos los requisitos necesarios para desempeñarlo con eficiencia.
De mi generación, la inmensa mayoría de quienes cursamos con cierto éxito BUP y COU en mi Instituto de Cáceres estudiamos la carrera fuera (sobre todo en Madrid) y hemos encontrado trabajo también lejos de Extremadura. Como eso sucede a la vez que uno va asentando su realidad vital, resulta que casi todos hemos fijado nuestra residencia también a muchos kilómetros de allí.
No somos ni más listos ni más trabajadores, pero muchos hemos conseguido un desarrollo profesional en pocos años que hubiera sido imposible imaginar en Cáceres, Mérida o Badajoz.
Por contra, envidiamos a menudo el cómodo estilo de vida de muchos otros compañeros, menos aguerridos, que se han acomoda con puestos de poca responsabilidad o aprobando, la mayoría, oposiciones a la Junta, Ayuntamiento e instituciones similares.
El problema es que la función pública la pagamos mayormente quienes dedicamos muchas horas al trabajo. Y contra desproporcionados impuestos por nuestro esfuerzo, muchos viven despreocupados por su realidad y la de sus conciudadanos recibiendo sueldos muy escasos por trabajos que no aportan ningún valor añadido. (Veremos hasta cuándo puede mantenerse esta situación. Tomemos nota de Francia).
¡Claro que es un despropósito los sueldos miserables que ganan muchos de los recién titulados! Pero, ¿cuántos de ellos están dispuestos a dejarse las pestañas en trabajos exigentes en responsabilidad, horario y disponibilidad? ¿Cuántos médicos, ingenieros, abogados,... con buen currículum no encuentran empleo? Tal vez el asunto esté algo peor en quienes estudian publicidad, periodismo, humanidades, filosofía o filología. Pero es que estas materias (que a mí también me interesaban sobre manera cuando tuve que decidir a qué dedicarme) es muy probable que no sean muy aptas para que alguien pueda abonarte un jornal por echar unas horitas en ellas cada día. Y eso también hay que tenerlo presente cuando uno decide cuál es la carrera que quiere estudiar.
Conozco muchas empresas que no pueden cubrir todas sus vacantes cada año porque los expedientes que les llegan son de profesionales no suficientemente capacitados o con una capacidad de esfuerzo y sacrificio muy medida incluso antes de incorporarse al medio laboral (lo cual suele ser un indicio de lo que puede suceder a continuación).
Y para mayor inri, en España tenemos una clase empresarial con una escasa formación y una más que discutible capacidad de organización.
Si nuestra productividad es una de las más bajas de los paises desarrollados no es sólo porque tengamos unos trabajadores poco preparados o porque la composición del PIB descanse sobre actividades de poco valor añadido. Es también porque hay muy pocos empresarios que hayan sido capaces de estructurar de forma eficiente sus recursos, de hacer que cada uno sepa exactamente qué es lo que tiene que hacer, de que nadie en la empresa tenga que "inventar" procesos para actividades que han sido repetidas multitud de ocasiones, de incentivar a los más productivos y no a los que más horas permanecen en su puesto de trabajo, de dar ejemplo de orden, eficacia y transparencia,...
Sin duda, hay que poco que objetar a quienes arriesgan su dinero, aunque los resultados no sean muy brillantes. Pero resulta paradójico que el mercado no actúe creando organizaciones más eficaces que compitan en talento con las existentes.
¿Será porque en los últimos años cada uno trata de vivir lo mejor posible a corto plazo y le preocupa poco qué va a ser de él a medio plazo o qué puede dejar como herencia a sus hijos y a la sociedad en la que ha vivido?
domingo, 9 de septiembre de 2007
La televisión de la nostalgia
El año pasado, para conmemorar algún aniversario de la televisión en España, TVE creó un canal temático en el que reponían series y programas de diferente antigüedad y que continuaba con lo que había sido el Canal Nostalgia en una extinta plataforma digital de añorado recuerdo... Su contemplación era a la vez placentera y dolorosa (permítamese esta expresión, por una vez, sin tintes sexuales). Placentera porque era un gozo recrearse con series, musicales, debates e incluso concursos de la infancia (Los gozos y las sombras, Qué noche la de aquel año, La Clave o Un, dos tres, por poner algunos ejemplos). Pero viéndolo surgía pronto la pregunta dolorosa: ¿qué ha pasado para que se hayan dejado de hacer programas así y sólo sobreviva Informe Semanal como representante de una televisión divulgativa y seria?
Incluso los telediarios han cambiado de formato. Lo que antes era sobre todo información política y social general, con algunos apuntes de deporte y una escueta información del tiempo se ha convertido en un resumen breve del estado de la confrontación entre los partidos para pasar a dedicar la mayor parte del tiempo de información general a los sucesos. Luego, un tiempo superior incluso al de los sucesos para los deportes y un espacio independiente de más de cinco minutos para la meteorología.
Surge entonces el debate de si es esta modificación de los medios la que está generando una sociedad más superficial, o si lo único que hacen las cadenas es adaptarse a unos cambios sociales a los que son ajenas.
Sea como fuere, lo cierto es que la televisión pública (al menos) debería incorporar un nivel de exigencia en la información, el debate o la cultura que fuera más allá de lo que a la sociedad le resulte cómodo consumir. El nivel educativo de hace veinticinco años era bastante inferior al actual y sin embargo los debates de "La Clave" se seguían con interés por muchísimos españoles. Y eran debates con verdaderos expertos que formaban a través de la exigencia y el rigor (ahí están los vídeos de diez de los programas que hace unos años entregó El Mundo para demostrarlo). Bastante alejados de los formatos actuales con ridículas limitaciones de tiempo (que alguien me explique como puede exponerse un argumento de cierto calado en cuestiones complejas en menos de un minuto) y cuyos invitados sólo son políticos y periodistas (¡sin comentarios sobre el rigor y la formación!).
Y encima nos toca pagarla con nuestros impuestos.
Incluso los telediarios han cambiado de formato. Lo que antes era sobre todo información política y social general, con algunos apuntes de deporte y una escueta información del tiempo se ha convertido en un resumen breve del estado de la confrontación entre los partidos para pasar a dedicar la mayor parte del tiempo de información general a los sucesos. Luego, un tiempo superior incluso al de los sucesos para los deportes y un espacio independiente de más de cinco minutos para la meteorología.
Surge entonces el debate de si es esta modificación de los medios la que está generando una sociedad más superficial, o si lo único que hacen las cadenas es adaptarse a unos cambios sociales a los que son ajenas.
Sea como fuere, lo cierto es que la televisión pública (al menos) debería incorporar un nivel de exigencia en la información, el debate o la cultura que fuera más allá de lo que a la sociedad le resulte cómodo consumir. El nivel educativo de hace veinticinco años era bastante inferior al actual y sin embargo los debates de "La Clave" se seguían con interés por muchísimos españoles. Y eran debates con verdaderos expertos que formaban a través de la exigencia y el rigor (ahí están los vídeos de diez de los programas que hace unos años entregó El Mundo para demostrarlo). Bastante alejados de los formatos actuales con ridículas limitaciones de tiempo (que alguien me explique como puede exponerse un argumento de cierto calado en cuestiones complejas en menos de un minuto) y cuyos invitados sólo son políticos y periodistas (¡sin comentarios sobre el rigor y la formación!).
Y encima nos toca pagarla con nuestros impuestos.
jueves, 6 de septiembre de 2007
La vivienda digna
El derecho a una vivienda digna es mucha más que un derecho constitucional. Es un requisito básico de convivencia en una sociedad civilizada. Y una consecuencia de la solidaridad más elementa.
Igual que no puede dejarse a nadie que muera de hambre, no puede hurtarse a nadie su derecho a que disfrute de un lugar en el que, sin necesidad de lujos, pueda desarrollar su vida.
Pero eso no tiene nada que ver con la necesidad de hacer propietarios de estas viviendas a quienes las necesitan, coyunturalmente o por periodos más largos de tiempo. Ni siquiera a que sea el Estado quien deba facilitársela (en especial en los casos en los que ellos pueden acceder al mercado libre y recibir mediante desgravaciones fiscales parte del importe destinado a su alquiler). Y menos aún a que lo haga a costa de otros propietarios (reservando en todos los desarrollos urbanísticos parcelas para VPO) en vez de hacerlo con los ingresos generales recaudados de acuerdo con la renta, el patrimonio y el gastos del conjunto de los ciudadanos.
En esto, la distinción entre partidos no siempre es clara. En Madrid, por ejemplo, con una presidenta que se denomina liberal, es donde mayor reserva para VPO tiene que haber en cada nueva actuación. ¿Me explica alguien qué tiene esto de liberal?
Eso sí, no se le ha ocurrido lo que al presidente andaluz, que promete ayudas y derechos consagrados legalmente para todos los que ganen menos de 3.000 euros al mes (la inmensa mayoría en su comunidad autónoma).
¿No sería mejor no segmentar el mercado y dejar que todos -salvo los excluidos- acudieran al mercado libre? ¿Y ayudar luego a cada uno con subvenciones o desgravaciones proporcionales a su renta y teniendo en cuenta el coste medio del alquiler de viviendas en cada localidad?
Tal vez diera menos votos. Pero sería más eficaz. Y también más justo. (Si tengo tiempo un día de estos les explico por qué).
Igual que no puede dejarse a nadie que muera de hambre, no puede hurtarse a nadie su derecho a que disfrute de un lugar en el que, sin necesidad de lujos, pueda desarrollar su vida.
Pero eso no tiene nada que ver con la necesidad de hacer propietarios de estas viviendas a quienes las necesitan, coyunturalmente o por periodos más largos de tiempo. Ni siquiera a que sea el Estado quien deba facilitársela (en especial en los casos en los que ellos pueden acceder al mercado libre y recibir mediante desgravaciones fiscales parte del importe destinado a su alquiler). Y menos aún a que lo haga a costa de otros propietarios (reservando en todos los desarrollos urbanísticos parcelas para VPO) en vez de hacerlo con los ingresos generales recaudados de acuerdo con la renta, el patrimonio y el gastos del conjunto de los ciudadanos.
En esto, la distinción entre partidos no siempre es clara. En Madrid, por ejemplo, con una presidenta que se denomina liberal, es donde mayor reserva para VPO tiene que haber en cada nueva actuación. ¿Me explica alguien qué tiene esto de liberal?
Eso sí, no se le ha ocurrido lo que al presidente andaluz, que promete ayudas y derechos consagrados legalmente para todos los que ganen menos de 3.000 euros al mes (la inmensa mayoría en su comunidad autónoma).
¿No sería mejor no segmentar el mercado y dejar que todos -salvo los excluidos- acudieran al mercado libre? ¿Y ayudar luego a cada uno con subvenciones o desgravaciones proporcionales a su renta y teniendo en cuenta el coste medio del alquiler de viviendas en cada localidad?
Tal vez diera menos votos. Pero sería más eficaz. Y también más justo. (Si tengo tiempo un día de estos les explico por qué).
viernes, 31 de agosto de 2007
Educación para la ciudadanía
Cualquier sociedad que quiera caminar en paz necesita compartir unos valores.
En España, los años de dictadura construyeron la ficción de que todos los ciudadanos compartían los principios que sustentaban el régimen. Después, la transición, modélica en muchas cosas, se preocupó más de evitar los conflictos y cerrar las heridas que de construir una ética civil compartida y con-sentida.
Ahora, cuando el Gobierno incluye en el sistema educativo la asignatura de educación para la ciudadanía se produce una rebelión por parte de la sociedad que siente que el Estado se está inmiscuyendo en el ámbito de los valores y las creencias más profundos, respecto a los cuales sólo los padres estarían legitimados para decidir cuáles se deben transmitir a sus hijos.
Y es que el principal error respecto a esta nueva asignatura no es que se haya añadido al curriculum, sino que se ha hecho sin un mínimo debate social que, a mi juicio, debería haberse producido respecto a dos cuestiones esenciales. La primera, cuál es el ámbito educativo (en materia de conocimientos y de valores) que corresponde al Estado y cuál el que es responsabilidad exclusiva de las familias. Y, en segundo lugar, cuál es el conjunto de valores compartidos que resultan imprescindibles para la convivencia en paz y que, en consecuencia, deben ser objeto de transmisión a las nuevas generaciones, para su conocimiento, aceptación y práctica.
Sin este debate, cualquier planteamiento de la nueva asignatura está abocado al fracaso. No porque se curse o no, sino porque sin el convencimiento generalizado de los padres y profesores sobre la necesidad y conveniencia de esta materia (y de su contenido) será imposible que se le otorgue la relevancia que, sin duda, debería tener.
En España, los años de dictadura construyeron la ficción de que todos los ciudadanos compartían los principios que sustentaban el régimen. Después, la transición, modélica en muchas cosas, se preocupó más de evitar los conflictos y cerrar las heridas que de construir una ética civil compartida y con-sentida.
Ahora, cuando el Gobierno incluye en el sistema educativo la asignatura de educación para la ciudadanía se produce una rebelión por parte de la sociedad que siente que el Estado se está inmiscuyendo en el ámbito de los valores y las creencias más profundos, respecto a los cuales sólo los padres estarían legitimados para decidir cuáles se deben transmitir a sus hijos.
Y es que el principal error respecto a esta nueva asignatura no es que se haya añadido al curriculum, sino que se ha hecho sin un mínimo debate social que, a mi juicio, debería haberse producido respecto a dos cuestiones esenciales. La primera, cuál es el ámbito educativo (en materia de conocimientos y de valores) que corresponde al Estado y cuál el que es responsabilidad exclusiva de las familias. Y, en segundo lugar, cuál es el conjunto de valores compartidos que resultan imprescindibles para la convivencia en paz y que, en consecuencia, deben ser objeto de transmisión a las nuevas generaciones, para su conocimiento, aceptación y práctica.
Sin este debate, cualquier planteamiento de la nueva asignatura está abocado al fracaso. No porque se curse o no, sino porque sin el convencimiento generalizado de los padres y profesores sobre la necesidad y conveniencia de esta materia (y de su contenido) será imposible que se le otorgue la relevancia que, sin duda, debería tener.
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