domingo, 28 de diciembre de 2008

El blog del inquisidor (Lorenzo Silva) - 2 de 4

La segunda reflexión a la que hacía referencia es sobre lo que tenemos y lo que nos merecemos en las relaciones personales.

Esto es lo que hace decir mi tocayo a uno de sus personajes:

“Desde entonces, sobre todo en mis relaciones con otras personas, parto de esta premisa: tenemos lo que merecemos tener, y perdemos lo que merecemos perder. Porque sólo merecemos tener lo que necesitamos, y cuando necesitamos algo sabemos cuidarlo y no lo perdemos. Y merecemos perder lo que no necesitamos, y cuando no necesitamos algo no sabemos cuidarlo y dejamos de tenerlo. No sólo resulta lógico, sino que admitirlo así sirve para estar en paz con uno mismo, responsabilizarse de la propia vida y no convertirse en uno de esos pelmas que van por ahí cargando en la cuenta de los demás sus propios fracasos”.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Feliz Navidad 2008


(Preparad el camino al Señor – Conexion)

Hay canciones que nos conducen a una época peculiar de nuestras vidas. A unos años en los que la única meta irrenunciable era la libertad, y los valores eran (o al menos, eso presumíamos) inmutables.

La fe no tenía nada que ver con la que nos habían enseñado nuestros mayores. Porque reinventando la Historia, reivindicábamos nuestra personalidad. Y porque cuando proclamábamos la imperiosa necesidad de la coherencia, nos sentíamos como Juan. Como esa voz que clama en el desierto.

¡Preparad! ¡Preparad el camino!

¡Disponed vuestras vidas para que sirvan al Reino!

¡Qué fácil parecía todo! Sin reglas y sin instituciones. Desde la profunda libertad de unos sentimientos que eran tan puros como utópicos.

Y algo de eso intuíamos, aunque no supiéramos cómo expresarlo, cuando al llegar la Navidad, la noche más larga, nos acercábamos corriendo a la Iglesia de Santo Domingo, después de cenar de forma abundante, y afinando las voces como podíamos, mezclábamos villancicos tradicionales con canciones espirituales de principios de los setenta.

No importaba la extraña mezcla musical, ni que el grupo fuera tan cambiante cada año.

No importaba casi nada. Las canciones nos unían con los que teníamos más cerca y nos permitían sentir la Navidad de un modo diferente. Darle a aquella sucesión de comidas y regalos un cierto sentido. Contradictorio y extraño, tal vez. Pero un sentido al fin y al cabo.

Al final, cuando se mostraba la imagen del Niño, cada cual recordaba sus años de infancia y cantaba los villancicos con las misma pasión que puso cuando, muchos años atrás, comenzaba a aprenderlos.

Porque sólo desde esos sentimientos infantiles puede uno admirar el misterio de un Dios que se hace Niño. Sin teologías ni rituales. Sin explicaciones pastoriles ni alambicadas relaciones con otras tradiciones orientales.

Un Niño que nace es siempre un regalo del poder creador de Dios. Cada Niño es el mismo Dios que nos proclama su poder desde la sencillez. Y cada uno de nosotros que acoge al Niño que nace, festeja la Navidad. Como aquellos pastores que en el frío de la noche, fueron a dar compañía a María y a José. A celebrar con ellos un noche especial…

(¡Vamos pastores, vamos! - Villancico)

Al apelar a los recuerdos de la infancia, al escuchar las canciones de la Navidad, comprobamos cada año cómo hay nuevos ausentes. Cómo las mesas van teniendo más huecos y nos vamos convirtiendo en veteranos de la nostalgia. En los próximos que dejaremos un espacio a los que hoy tocan la pandereta y colocan las figuritas del Belén.

Pero no hay prisa. Todavía puede ensancharse la mesa. Todavía podemos apretarnos un poco más. Todavía podemos compartir la alegría de los niños, apresar migajas de su capacidad de sorpresa, emocionarnos con su inocencia, disfrutar de su fe sin fisuras. De su confianza en el Niño que nos nace y en los Reyes Magos que recompensan su esfuerzo constante por portarse bien. Aunque a veces se les olvide en inevitables travesuras…

Y aún hay tiempo para compartir con nuestros mayores su esperanza en el futuro. Su satisfacción por el deber cumplido cuando ven asentarse a sus hijos, crecer a sus nietos. Aprender de su serenidad. De la que les permite ser más flexible en lo accesorio y mucho más estricto en lo importante, lo único importante: el amor y el apoyo que siempre ofrecen a los suyos.

¿Quién renunciará entonces a sentarse en la mesa compartida, a empañarse los ojos de nostalgia, a recordar a los que ya no están en la sonrisa de los más pequeños?

(¡A Belén pastores! – Villancico – Camarón de la Isla)

Hay un extraño rito que asocia el recuerdo del buey y la mula, el nacimiento de Jesús en un destartalado Portal de Belén, con el jolgorio de pastores, ruido de zambomba y castañuelas. Con turrones y mazapanes. Con pavos asados. Con lombarda, langostinos y pescado. Con comidas en familia.

Hay un frío de invierno que se mete en los huesos. Una nieve sobre los portales de corcho que colocamos en las casas, que en nuestra tierra resulta casi una extravagancia. Hay riachuelos de papel de plata, puentes, norias y castillos de Herodes que han mudado de aspecto cada vez que hemos roto o perdido los del año anterior. Hay ovejas de todo tipo de colores, tamaños y expresión. Figuritas que componen un extraño collage de perspectivas con sus tamaños tan dispares.

Hay abetos, y bolas de colores y flores de Pascua y papás noeles que han venido a insertarse de forma artificial en el antiguo rito familiar. Y aunque para los que nos sucedan sus recuerdos de infancia también estén asociados a todos estos elementos, cada vez nos cuesta más reconocernos en según qué imágenes que tratan de representar la Navidad.

(En Navidad - Rosana)

Y volvemos entonces a lo que nos hizo tan feliz. A los sentimientos puros de esa infancia renacida cada Navidad.

A los sonidos que nos tocan la fibra más profunda.

A lo que nos hace conectar con aquello que sentimos más propio, con lo que nos hace imaginar que aún cabe reivindicar la libertad. A pesar de los extraños nudos en los que nos hemos ido enredando.

Retomamos entonces el camino que tantos años hemos recorrido. El recuerdo de una Iglesia muy fría. De la gente que llega apresurada a la Misa del Gallo. De aquel grupo de jóvenes que se reúnen en una de las capillas laterales. De su presencia menuda, sus carpetas de cartón, los papeles gastados con las letras… Un silencio total. Y un grito que anuncia, como cada año, que estamos en Navidad.

(Niños del Edén - Conexion)

martes, 16 de diciembre de 2008

El blog del inquisidor (Lorenzo Silva) - 1 de 4

De los novelistas españoles actuales uno de mis preferidos es Lorenzo Silva.

Además de por tocayo, y de haber tenido la suerte de conocerlo profesionalmente en el ámbito jurídico, creo que es de los que tiene una escritura más poderosa: clara e intrigante a la vez.

Y, sobre todo, es de lo que han vivido profesionalmente una realidad ajena a los endogámicos círculos literarios, lo que le permite mostrar en sus novelas situaciones y personajes que nos resultan (que a mí, al menos, me resultan) terriblemente cercanos. Y lo hace con una perspicacia y una ironía dignas del mayor elogio.

Pero, entre todas sus virtudes, hay una que me resulta especialmente fascinante: su capacidad de sentenciar, de elaborar páginas que resumen toda una filosofía. Filosofía que uno puede compartir o no. Pero que es siempre una provocación para el lector.

En su última novela, "El blog del inquisidor", hay varios ejemplos perfectos de esta capacidad de síntesis. En cuatro entregas iré mostrando las que a mí me resultan más sugestivas. Por riguroso orden de aparición en el libro.

La primera es sobre los efectos de incumplir los compromisos.

Lorenzo Silva pone estas palabras en boca (en el "teclado" más propiamente) del Inquisidor:

"He incumplido compromisos en el pasado, y esa experiencia, unida a una larga meditación posterior, me ha enseñado una lección que procuro aplicar a rajatabla: no te comprometas nunca a la ligera, pero una vez que lo hagas, revienta o rómpete antes de fallar. Porque lo peor de las deudas insatisfechas no es el menoscabo que uno pueda sufrir en la consideración del acreedor: del acreedor uno puede protegerse, apartarse, incluso borrarlo de la mente. La consecuencia más dañina de nuestros incumplimientos es que nos van empujando, de un modo tan imperceptible como inexorable, hacia el borde de nuestro propio abismo interior. No se trata de que los demás no se fíen de uno, sino de acabar no fiándose de uno mismo: llegados a ese punto, no hay manera de impedir el desastre"

domingo, 14 de diciembre de 2008

Primer 2008

Un año más me he dejado caer por el “Primer”, certamen que promociona en el Palacio de Congresos los vinos de maceración carbónica.

Como explica el librito que te dan a la entrada junto al catavino que te permite degustar varias decenas de ejemplos de esta curiosidad enológica “posiblemente el primer vino que bebió el género humano se hizo con este método. Pues más parece fruto de la casualidad que de la técnica. En la Rioja Alavesa es una costumbre ancestral (…): los racimos se vuelcan enteros en el depósito, y, por la presión que ejerce la masa sobre los granos de uva situados abajo, estos se rompen. Se produce así una cantidad de mosto que, al contacto con las levaduras, iniciará la fermentación. Esta fermentación crea en todo el depósito una atmósfera saturada de anhídrido carbónico que afecta a todas las bayas.” Luego, se consigue un primer mosto-vino de muy pocos grados, se procede entonces a la “pisa”, al “repisado” y a la “vuelta entera”, tras la cual quedan aún de 4 a 6 grados por fermentar, lo que hace que la última fermentación alcohólica normal se mezcle prácticamente con la maloláctica.

Se trata de vinos ligeros de color, con un aroma frutal bastante intenso y no muy potentes de sabor. Vinos que son todo fruta. Con grandes detractores, pero que cada vez se van haciendo un hueco más claro por sus importantes virtudes: su reducido precio y su enorme capacidad para acompañar al tapeo. No es vino de asados, de contundentes platos de cuchara, de cocidos o fabadas,… Pero sí de champiñones al ajillo, de alitas de pollo o chipirones fritos, de jamón, patatera o chorizo,… Un vino con una gran relación calidad/precio siempre que se consuma dentro del año siguiente a la vendimia (incluso hay quien dice que no más allá de marzo o abril del año siguiente al de su vendimia).

Para los bodegueros, además, es un vino que les ayuda a mejorar el equilibrio financiero al reducir el tiempo que transcurre entre la vendimia y la comercialización del producto. Menos espacio para almacenar y, sobre todo, menos coste financiero que soportar.

De entre todos los vinos degustados destacaba el “Erre punto”, el maceración carbónica de Remírez de Ganuza, una auténtica exquisitez que, a cambio, es también, y por mucha diferencia, el más caro.

Luberri (Monje Amestoy) es el perfecto ejemplo de lo que es un clásico maceración carbónica de Rioja. Un vino más que correcto a un precio ajustado.

Curiosísimo el maceración carbónica de la bodega mallorquina Macià Batle. En vez de tempranillo (la variedad con la que habitualmente se hacen estos vinos), utiliza un 60% de una de las variedades autóctonas insulares (Mantonegro) en un 60%, completando el restante 40% con la también peculiar Syrah. El sabor tiene un extraño recuerdo a aceitunas negras nada desagradable.

Del otro archipiélago, el canario, llega otra de las magníficas extravangancias de la muestra: el Viña Norte que elabora la bodega Insulares de Tenerife en Tacoronte con Listán negro al 95% y Negramol al 5%. Un vino que merecería la pena degustar sólo por el esfuerzo que supone mantener la tradición vitivinícola en las islas. Pero es que además está rico…

Castaño, en Yecla, hace también un monovarietal diferente, en este caso con uva Monastrell. Graciosa e interesante, además, la grata conversación que pudimos tener con el bodeguero.

Fariña, en Toro, es probablemente quien más ha estandarizado este tipo de vino y quien mejor lo ha comercializado desde hace mucho años. Su “Primero” es una referencia cada año, por su homogeneidad y por la diferente pintura que cada año adorna su etiqueta. Para mi gusto, muy bien en nariz, pero con falta de fuerza en boca.

También de Toro merece una mención especial el “Estancia Piedra”. Aunque más que el tinto en este caso el auténtico descubrimiento fue el verdejo que elaboran con el procedimiento de “nieve carbónica”, que al bajar la temperatura varios grados por debajo de cero hace que se rompan las uvas en un proceso prefermentativo que consigue potenciar enormemente los aromas frutales. Un exquisito vino con toques de melocotón y mango. Una auténtica delicia.

En Aragón, D.O Campo de Borja, Bodegas Borazo elabora “Borazo Primicia” un interesante maceración carbónica 100% Garnacha de monte.

Y otros vinos de Rioja, La Mancha, Cariñena,… aunque, en mi humilde opinión, menos destacados que los anteriores.

Una forma como otra cualquier de pasar una mañana de sábado.

Con el frío que hacía fuera, ¿qué mejor forma de templar el cuerpo y el espíritu?