domingo, 16 de noviembre de 2008

Tres provocaciones

Sobre el consumo

Para los que hemos sido educados en la austeridad, resulta completamente doloroso que el derroche sean fuente prosperidad.

Pero así es. Gran parte de los males que estamos sufriendo en esta crisis (¿quién dijo crisis?) se solventarían con un importante aumento del consumo.

Sé que para ello tal vez haría falta un aumento de la financiación. Pero eso no está en nuestras manos. Derrochar para que las tiendas sigan vendiendo y no se cree más paro sí depende de nosotros.

Sobre la libertad

En UK se ha decidido que una niña de trece años puede rechazar un trasplante de corazón, aunque sea el único medio que puede permitirle prolongar su vida, porque ello implica meses de hospital, y el calvario que lleva, en una sucesión angustiosa de enfermedades, le hace valorar de forma más ventajosa la compañía de sus seres queridos el tiempo que le reste de vida.

Y algo así dilucidó nuestro Tribunal Constitucional sobre un menor (testigo de jehová) que rechazó una transfusión de sangre.

Tal vez estas decisiones de los niños, que les conducen de forma inevitable a la muerte, sean libérrimas por su parte. Sin una pizca de influencia de sus padres, profesores o mayores en general que tengan ascendencia sobre ellos.

Porque resulta que si los niños de esa edad deciden tener relaciones sexuales con mayores, aún con su consentimiento, se considera violación.

Pero debe ser que decidirse por la muerte es menos relevante que una felación.

Sobre el coste de los derechos civiles

Tal que el sábado por la mañana, unos simpáticos manifestantes de la CNT tenían cortada una calle perpendicular a la que habito para recordarle a la SGAE que no les gustaba aquello del canon y no-sé-qué-otra-cosa de un litigio que deben traerse entre ambos.

Para tan relevante acontecimiento había seis o siete patrullas de antidisturbios de la policía nacional y cuatro o cinco furgonetas del Servicio Urgente de Limpieza del Ayuntamiento de Madrid, además de otros efectivos de la policía municipal que debían regular el tráfico en calles adyacentes para reconducir a los despistados conductores.

En general, el fenómeno de las manifestaciones, si no tiene un componente estético, me parece algo bastante vulgar. Y como en mi barrio tengo grandes posibilidades de que me afecte casi cualquier congregación ciudadana multitudinaria (desde la visita del Papa hasta el Desfile del 12 de octubre pasando por el día del orgullo gay o el de la bicicleta), he de reconocer que me va empezando a tocar los cojones que la libertad de manifestación tenga que corresponderse en gran medida con la imposibilidad de que yo salga de mi casa o vuelva a ella en vehículo automóvil.

Pero lo del sábado llega al absoluto desquicie. Porque es dinero ciudadano (que subvenciona a la CNT) manifestándose contra dinero ciudadano (que subvenciona a la SGAE a través del canon). Enfrentamiento que supone un mayor derroche de gasto público en despliegue policial (nacional y municipal), en efectivos de limpieza (SELUR) y en cabreo ciudadano que no puede libremente acceder a donde pretende.

¿Podría cada cual costearse sus vicios -putas, drogas, libros, películas, excursiones, conciertos o manifestaciones- y dejar el dinero ciudadano para infraestructuras, justicia y policia -la necesaria para apresar a maleantes, de forma que la que tiene estar en estos eventos la paguen sus organizadores de su propio pecunio-?

Lo mismo no evitamos que estas chorradas se sigan produciendo. Pero al menos conseguiremos que, además de tocarnos los cojones, no nos roben la cartera.