De niños, formábamos en filas en el patio del colegio para ir ordenadamente a la Iglesia y recibir la ceniza.
Nos extrañaba el símbolo y comprendíamos poco del ayuno y la abstinencia. Era difícil entender por qué uno iba a ser mejor cristiano si comía un potaje de vigilia que si tomaba un bocadillo de torreznos. De otros ayunos y de otras abstinencias tardaríamos años en saber. Aunque tampoco comprenderíamos qué tenía que ver Dios con todo aquello.
No sabíamos, porque nadie nos lo explicó o porque éramos aún pequeños para lograr comprenderlo, que con aquella ceniza continuábamos una tradición de miles de años en las que los restos del fuego simbolizaban penitencia y conversión.
Por aquellos años, Dios era algo familiar e inevitable. La conversión era algo ajeno, de quienes no habían tenido la suerte de conocer a Jesús porque en sus países aún creían en otros dioses. Y la penitencia, eran sólo los rezos que seguían a confesiones monótonas y rituales.
Acercarse hoy a recibir los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos de hace un año tiene algo de nostalgia. Pero es, sobre todo, un grito desagarrado pidiendo una señal.
Ya no importa siquiera que nos recuerden que somos polvo y que a él volveremos. Que la vida es frágil, menuda, corta,.. Que nada de lo que acumulemos tiene importancia. Porque ¿qué sentido tiene insistir en nuestra contingencia si no hubiera nada que esperar, o si nuestras fuerzas no fueran bastante para sobreponerse al pecado -que todo lo abarca si uno escucha a según qué predicadores-?
Volveremos hoy a agachar la cabeza. A sentir en ella la señal de la cruz. A recibir la marca del mechón ceniza en los cabellos (que antes se notaba con claridad y ahora se entremezcla con las canas abundantes).
Y así, reconciliados con nuestra propia historia, retomaremos el rumbo de la vida cotidiana, tan ajena a esa ceniza, tan distante de los patios de colegio de la infancia, tan extraña de Dios, tan implacable…
miércoles, 6 de febrero de 2008
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2 comentarios:
Mañana vuelvo porque mañana faltarán 38. Y no quiero que se te olvide.
Por cierto, cuando éramos pequeños - que estoy seguro un día lo fuimos - nos poníamos en esa fila porque al que se salía le llovían... creo que hostias se pone con hache, no lo sé.
Un abrazo.
¿Ves? Ya faltan sólo 38. Sólo hay que tener un poco de fe y creer en lo que uno hace y dice.
Un abrazo.
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