lunes, 25 de febrero de 2008

Faltan... 20 días

Para cualquiera que no haya nacido o haya sido educado en la tradición cultural occidental la contemplación por vez primera de un crucificado debe resultarle absolutamente estremecedora. Cuando, además, llegue a saber que la cruz es un símbolo de identificación cristiana su sorpresa debe ser inenarrable.

Exactamente lo contrario de lo que nos sucede a nosotros. Que a fuerza de convertirla en un elemento cultural (más incluso que religioso) hemos dejado de impresionarnos al contemplarla.

A decir verdad, la cruz no fue el primer elemento identificador de los seguidores de Jesús. Para quienes le conocieron, la cruz era un instrumento de tortura y no un elemento de liberación. Hasta el siglo tercero, el ictus (esa especie de pez formado por dos arcos que sigue decorando a menudo los ropajes sagrados) o el crismón (la X y la P unidas) eran los anagramas de las incipientes comunidades. Y después, cuando aparece la cruz, lo hace como fondo al que se sobrepone un Jesús resucitado, triunfante.

Es con la evolución e institucionalización de la religión cristiana con la que la cruz va adquiriendo un inaudito protagonismo.

Porque lo relevante de Jesús no fue su muerte. Antes y después de él, muchos hombres justos murieron por defender la verdad, por ayudar a los inocentes, por proteger a los indefensos.

Lo novedoso de Jesús, desde la perspectiva de la fe, es su divinidad, su triunfo sobre la muerte. Pero es posible que en gran medida esto no sean sino expresiones metafóricas, construcciones teológicas. Por eso, lo realmente universal y nuevo a la vez es su mensaje. Su propuesta de proyecto vital. Sus valores. El reconocimiento del otro como uno mismo. La necesidad de liberarse de las reglas que impiden al hombre, y a cada hombre, alcanzar su dignidad. El sermón de la montaña. La advertencia de que quien no sea como un niño no entrará en el reino de los cielos. El perdón y la otra mejilla como actitudes permanentes. La simplicidad.

Quizá si se hubiera elegido otro símbolo para el desarrollo de la Iglesia, la fe no se hubiera asociado a una vida de prohibiciones y sufrimiento, sino a un proyecto fraternalmente alegre.

Hubiéramos perdido, tal vez, en iconografía. Pero hubiéramos ganado en la vuelta a lo esencial.

2 comentarios:

alelo dijo...

Faltaba yo, ya lo sabes. Dieciocho, faltan dieciocho.

fdo: ilegible.

Anónimo dijo...

Lo que falta es un artículo en la página 12, que lo sepas (ah y un recuadro taurino y una foto de mi bebé).

Niño, el J28 y V29 estoy en CC.