La iconografía de la pasión nace en el barroco, tras el Concilio de Trento, como forma de reivindicar la espiritualidad católica y en respuesta a la reforma luterana.
Los artistas de las distintas escuelas fueron creando motivos pasionistas que interpelaban a la conciencia y movían a la oración.
Crucificados (Amor, Estudiantes, Cachorro,…), dolorosas (Estrella, Valle, Macarena, Esperanza de Triana, todas bajo palio en Sevilla, o las castellanas, talladas con mimo hasta en el último pliegue de su ropa), Cristos yacentes (impresionante el de Gregorio Fernández, en Valladolid, ahora en diálogo en El Prado con el cuadro del Crucificado de Velázquez), nazarenos (Gran Poder y Pasión), descendimientos (Quinta Angustia, el paso de misterio perfecto), Soledades (la de San Lorenzo –casi una niña- o las castellanas, con la espada en el corazón), Ecce Homo, Cristo atado a la columna, Coronación de Espinas, Stabat mater,…
En todos hay un canon clásico que mezcla la belleza y el dolor.
Pero de toda la iconografía, la de mayor dramatismo es la de la Piedad. La madre que sostiene al Hijo muerto. No cabe dolor más grande. Mayor sensación de impotencia.
El canon, aquí, es el de Miguel Ángel. En la impresionante escultura de mármol que se encuentra en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano (contemplada, casi enfrente, por la imagen de San Pedro de Alcántara). La madre parece más joven que el Hijo, pero no importa. Con sólo un color, el blanco, la imagen traslada todo el realismo de la escena. Y muestra un dolor sereno.
Luego, el propio Miguel Ángel retoma el mismo motivo y cambia radicalmente su representación. En sus últimos años, acentúa el dramatismo. Las figuras (ahora erguidas) resultan inacabadas (voluntariamente o no), pero con sólo unos golpes de cincel muestran la crudeza del momento. Son la Piedad Rondanini, la Bandini y la de Palestrina (sea en esta última suya toda la ejecución, o sólo el esbozo de las imágenes).
Las representaciones procesionales, en madera, se acercan a la imagen del vaticano. A la iconografía tradicional. La madre mece al Hijo. Lo sostiene en su regazo sobre el blanco sudario. Junto a él, a menudo, la corona de espinas agudiza la idea de sufrimiento. Como en el Baratillo, con el rotundo Cristo muerto de Ortega Brú, probablemente el último imaginero del barroco en aquel convulso siglo XX.
Queda pendiente volcar en la madera la tragedia del último Miguel Ángel. Esos esbozos de dolor supremo. De una madre madura que apenas puede con el cuerpo inerte del Hijo. Y junto a él, Nicodemo, un hombre bueno que le ayuda a sujetarlo. Más allá de la fe, improbable entonces. Desde la humanidad y la compasión. Todo un ejemplo. Incluso para quienes se dicen con fe.
viernes, 15 de febrero de 2008
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4 comentarios:
Veintiocho, Clementain, veintiocho... y me llevo dos de toda la vida.
Fdo: ilegible.
¡Qué gran tarde! Y yo perdida y sin encontrar Eterso. Me perdonarás por el despiste. Leyéndote, ahora mejor y más atenta, recuerdo al Goya, Velázquez y Picasso de ese Aute de pacotilla que imitaba insultante al Aute de Hafa Cafe. Y con tanto arte que hubo en la Gran Tarde, soñando con dedicarte unas letras tan amables como las de jurado y sin saber tanto como él, ni como tú, sin atesorar nóminas o inciensos como los dos juntos... aturdida por mi falta de sueño y el exceso de nicotina... así topé con esto que quizá encuentre hueco en este eterso o en aquella gran temporada:
El Cristo de Velázquez
Banderillero desganado.
Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho.
Te quedaste dormido con los brazos alzados,
y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho
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Un piadoso pincel lavó con leves
algodones de luz tu carne herida,
y otra vez la apariencia de la vida
a florecer sobre tu piel se atreve.
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No burlaste a la muerte. No pudiste.
El cuerno y el pincel, confabulados,
dejaron tu derrota confirmada.
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Fue una aventura absurda, bella y triste,
que aún estremece a los aficionados:
¡qué cornada, Dios mío, qué cornada!
Ángel González
Querido Eterso, he echado de menos tu firma en el Hermano Papel, ¿por qué no traspasas a la bitácora tu excelente artículo sobre la Educación para la Ciudadnía que se suponía ocupaba un rincón en la página 12 y que es un prodigio de reflexión, ecuanimidad, pulcritud y aun diría un tractatus lógico filosófico del problema en cuestión?
Muchas gracias a los tres.
A Alelo, por seguir las cuentas de forma tan precisa y constante. A The Bridge, por haberse incorporado (hay que explicártelo todo...) y por ese apunte poético del maestro recién desaparecido.
Y a José María, por el halago, siempre inmerecido. Pero tus palabras son órdenes y ahí aparecerá.
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