El Alcalde-Mayordomo aguarda impaciente en una nave oscura de la Concatedral. Poco antes de dar las doce de las noche, se aparta del grupo que reza en silencio y sale por una puerta lateral.
No lleva reloj, pero ha conseguido interiorizar con precisión el paso del tiempo. Por eso, justo cuando las lejanas campanas de San Juan comienzan a sonar, él da tres golpes en la puerta y exige en voz alta: “¡Que salga la hermandad del Cristo negro! Dios lo quiere así”.
La gente que abarrota la plaza musita en voz baja oraciones y súplicas. Los mayores explican a los pequeños, casi en silencio, las leyendas que se atribuyen a la imagen. Dentro de Santa María, dos hermanos veteranos abren los portones y salen el muñidor y la cruz de guía.
Son sólo cincuenta hermanos los que procesionan. Pero llenan con su impresionante presencia toda la Ciudad Monumental (la “parte antigua” como la hemos llamado desde siempre los de Cáceres).
Con túnicas negras y cíngulo de esparto, capuchas sobre el rostro y antorchas en la manos. Sólo la esquila y el timbal destemplado marcan el discurrir de la procesión. Como debió ser desde su fundación, en el siglo XV, para enterrar a los difuntos. Y sobre tres cojines (el único lujo del cortejo) los símbolos de la pasión: clavos, mazo y corona de espinas.
Poco después de su refundación, a finales de los ochenta, murió D. Jesús Domínguez, el obispo sevillano que había animado al reducido grupo de fieles que se planteó revivir la hermandad. Como alguno de sus predecesores, dejó indicado su deseo de morar para siempre en la capilla del Cristo, bajo sus pies. Aquel año, me impresionó ver su mitra detrás del Cristo inclinado, apoyado sobre andas metálicas y decorado sólo con la hiedra. En la subida por los adarves, se veía al fondo el Palacio Episcopal. Tan vacío, tan distante,…
Junto a las murallas, la gente retrocedía al ver llegar a la imagen. Se alejaba para no rozarla. Por no tentar a la suerte y a quienes aseguran que quien la toca recibirá la cercana visita de la muerte.
Sin duda, aquella imagen esculpida en madera africana y destinada a la devoción particular de alguna familia poderosa, conserva intacta su capacidad de emocionar.
sábado, 26 de enero de 2008
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5 comentarios:
¿Por qué solo un número clauso de nazarenos?
¿Por qué los empujones y los problemas para verlo en las filas, si es Cristo?
Ambas cosas me sorprendieron el año que lo vi, con una desgarradora añoranza de Sevilla.
Me pareció, Dios me perdone, un show, como algunas incorporaciones a la SS Sevillana de los años 30 para acá.
Chaubinismo sevillano, sevillano, mío.
Ciertamente, J.M., resulta extraño limitar el número de quienes realizan una manifestación externa de su fe. Pero también lo es que se limite el número de quienes pueden acceder a la carrera oficial en Sevilla, el propio hecho de que exista un lugar para ver discurrir las procesiones sentados y tomándose unas golosinas o impedir que alguien procesione un día determinado de la Semana Santa.
Lo de la mala educación no es privativo de ninguna ciudad. ¿Hay que recordar las carreras del 2000...?
La forma en que cada uno manifiesta su devoción o se siente heredero de una tradición nunca es criticable. El Cristo Negro ayudó a revitalizar la SS en Cáceres y las incorporaciones a la nómina de Sevilla a extender su SS a los nuevos barrios. No son logros pequeños.
Cuarenta y ocho. Ya sólo faltan cuarenta y ocho. Que lo sepas.
Es que lo del tiempo es así: pasa volando.
Como estamos a treinta y uno... ya sólo faltan cuarenta y cinco.
Aunque soy de letras... no se me escapa ni una.
Hoy, cuarenta y tres. Y bajando.
Gracias por el seguimiento, alelo.
Y una precisión a los lectores: aunque es de letras, los números (sobre todo si tienen muchas cifras) se le dan de maravilla.
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