La información de los medios sobre la exigencia de que los profesores de secundaria impartan dos horas más de clase a la semana es, a mi juicio, absolutamente incompleto y falaz.
Vaya por delante mi admiración a los profesores. Creo que en sus manos está una de las labores cruciales para el futuro convivencial y económico de nuestro pais. Y creo que su tarea no está socialmente reconocida como se merece ni remunerada como sería justo. Algo parecido, por otro lado, con lo que ocurre con otros profesionales públicos esenciales como médicos o jueces, por poner sólo dos casos.
Pero dicho esto, los términos en los que se está planteando el debate son absolutamente estúpidos.
Cuando la Administración se plantea que tiene que reducir los costes de su funcionamiento uno de los análisis que realice, como cualquier familia o empresa, es ver si con los medios que tiene (o sea, sin incrementar los costes) puede realizar mayores prestaciones. Y en el caso de los profesores ha observado que, dentro de la ley, se puede exigir un mayor tiempo de carga lectiva reduciendo otras labores cuya incidencia en la educación es menor (al menos en principio) como tutorías, reuniones de departamento y cuestiones por el estilo. Cualquier que conozca de cerca a profesores de secundaria sabe que, en realidad, las horas no lectivas a veces se cumplen y son de utilidad y otras muchas sirven para leer el periódico o tomar un café con los compañeros. Algo que a veces redundará en proyectos compartidos y en la mejora de ciertas cuestiones del centro, y otras muchas en el puro regocijo personal. En una situación como la actual, está exigencia es completamente equilibrada y, si se me apura, dulce y suave hasta el extremo.
Por esa razón, la mayoría de los profesores con oposición, más allá de la natural molestia por un incremento del trabajo efectivo, no están especialmente enfadadados por esta labor (sí, tal vez, por las formas y por alguna manifestación pública que ha traido consigo). Quienes sí están molestos e intranquilos son los interinos, muchos de los cuales dejarán de trabajar este año después de llevarlo haciendo muchos años seguidos.
Pero, ¿qué son los interinos? Resumidamente, profesores potenciales que se han presentado una o mil veces a la oposición y que no la han sacado. Pero que como "hacen falta" profesores con ocasión de bajas, ajustes de horario y demás, se les contrata. Y además, el estar trabajando hace que obtengan "puntos" para, en la siguiente convocatoria, concurrir con una ventaja desleal frente a quien, más jóvenes o mejor preparados pero que se han dedicado a otros menesteres, demuestran un mejor conocimiento de las materias del examen y de la capacidad para impartirlo.
Obviamente, que una medida como el aumento de las horas de los profesores con oposición quiten del medio a estos individuos es algo que debería llenarnos de orgullo. Y que probablemente redunde de forma directa en una clara mejoría del nivel de nuestros alumnos. Otra cosa es que los sindicatos estén cabreados como una mona porque son estos suspendedores habituales quienes, entre los profesores, constituyen su principal clientela. Los otros, los funcionarios, tienen la plaza asegurada y no necesitan de camaradas del metal para que les saquen las castañas del fuego.
Por otro lado, las necesidades de recortes deberían poner nuevamente sobre la mesa un debate mucho más serio, que es el nivel en las aulas. En las declaraciones de muchos profesores y sindicalistas a raiz de esta medida se han quejado de que con ella se van a reducir horas de tutorías, labores de seguimiento a alumnos con necesidades especiales, tareas de refuerzo, otros programas ajenos estrictamente al contenido de las asignaturas y cuestiones por el estilo. Que en un pais como el nuestro se dediquen horas de los profesores a mandangas de esa es de juzgado de guardia. Lo que hay que hacer es imponer un nivel de exigencia técnico en las aulas bastante alto, incentivar a que se llegue a ese nivel e ir apartando a quien no lo consiga. No para fusilarlo ni para condenarlo a galeras, sino para que esté en otro grupo o en otro nivel que no distraiga la capacidad de crecimiento y esfuerzo continuo al que debe aspirarse. La escuela (lo siento) no es un espacio de integración. Es un centro educativo donde hay que aspirar a enseñar contenidos de excelencia. Y lo que no sea eso debe hacerse en las casas, en las cárceles o en las parroquias.
Este es el debate. Que no sirve de nada un eterno buenismo con alumnos torpes o desmotivados o con "profesores" que se convierten en suspendedores perpetuos de oposiciones para tener más puntos y seguir de interinos hasta su jubilación. Que a lo que hay que aspirar es a alumnos que cada vez sepan más matemáticas, lengua, física, química e historia. Lo demás no debe pagarse con dinero público. Y para conseguir este objetivo hay que dirigir a los profesores, a los mejores profesores, sólo a esta finalidad.
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