De cuando en el barroco penitentes sin rostro
fustigaban su cuerpo, conjuraban su alma
eran aquellas voces que clamaban a coro:
¡convertid al infiel!, ¡castigad al hereje!
Los olores de incienso impregnaban bonetes,
ropones remendados, dalmáticas, sotanas,
túnicas de ruan, cinturones de esparto,
capirotes y capas, sandalias y grilletes.
Hay aún quien sostiene cirios envejecidos
de ese color tiniebla que es un blanco más rancio,
mientras sus pies desnudos pisan los alquitranes
de un siglo que desprecia el misterio y la fe.
Bajo los antifaces de colores diversos
una duda les guía, que no la penitencia;
las voces de este tiempo no precisan más sangre,
sueñan que nunca falte, al menos, esa duda.
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1 comentario:
Me ha gustado, Lorenzo, mucho, sobre todo lo de la duda que nos guía, aunque mi cirio no es tiniebla sino Soledad Resucitada.
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