domingo, 22 de febrero de 2009

Antonio Machado

Según dicen las crónicas, después de unos días de pesadilla, huyendo de la guerra, aterido de frío, llegó a Colliure junto a su madre. Se alojaron en una pensión donde murió poco después. Hace hoy setenta años. En un bolsillo, su hermano José le encontró un papel lleno de esperanza:

"Estos días azules y este sol de la infancia."

Tal vez porque ante la cercanía de la muerte recordaba aquel huerto de Sevilla donde madura el limonero...

Al fin, se cumplió la intuición que dejó escrita en su Retrato:

"Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar"

Reconozco en Machado uno de los poetas con cuya lectura más he disfrutado. Más allá de la reivindicación musical de Serrat (valiente y en algunos casos tremendamente inspirada), Machado es un poeta que llega a lo más hondo desde una sencillez apabullante. Sus versos y su prosa (ahí está Juan de Mairena) representan uno de los capítulos más brillantes, y no son pocos, de la literatura en español en el siglo XX.

Su lectura y la de su biografía sí son Educación para la Ciudadanía.

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