miércoles, 27 de agosto de 2008

Pacífico

En él hubo un tanto de amigo y un tanto de padre. Un punto de profesor y un pellizco de fraile. Hubo un algo de aventurero y una vocación (no frustrada del todo) de empresario.

Pacífico (Pachi, el Cura) reconocía a cada uno al poco de entrar en su clase y sabía qué era lo que podía dar, de bueno y de malo. Como conocía su persona, sus debilidades y sus logros (de los cuales se enorgullecía sin vano pudor).

No le hemos querido por lo que nos ha dado. Por esa forma tan particular de pasar veranos y puentes festivos. El aprecio ha sido personal, único, por lo que ha hecho por nosotros, por cada uno de nosotros. Por su forma de entregarse a una vocación tan particular (y tan dura) como la de los jóvenes.

Porque Pacífico no ha sido un agitador social ni un dinamizador cultural, aunque haya abierto a muchos los ojos a las realidades más duras y a las nuevas formas de expresión artística. No ha sido un ecologista ni un guía de turismo, a pesar de que entendiera y admirara la naturaleza en lo que vale y en lo que es (sin falsas protecciones o miradas waldisneynianas) y de que los viajes al extranjero fueran mas completos o valiosos que los de cualquier intermediario especializado.

Él ha sido un hombre de fe. Que mezclaba la necesaria fe del carbonero con la de quien había intuido que, desde aquí, cualquier teología que hagamos es pura palabrería si no nos sirve para acercarnos al hermano. Para reconocer en los demás a alguien que es parte de nosotros.

Y una fe franciscana. De una radicalidad tan absoluta que merecía la pena, apetecía,... pero uno notaba siempre que las fuerzas flaquearían antes incluso de intentarlo.

Pero, al fin, Pacífico no era un teórico. Era alguien cercano que a cada uno nos dio todo lo que tenía, que nos exigió lo máximo y nos hizo descubrir en nosotros caminos que nunca hubiéramos supuesto que podíamos transitar. Nos dio libertad de hacer (y de equivocarnos). Pero nos dio, sobre todo, su afecto y su cercanía.

Ahora, que lo que nos queda es vivir de su recuerdo, surge la duda de si sabremos descubrir en nosotros los límites para darnos a los demás, para hacer brotar lo que, poco a poco, con paciencia unas veces y tosca violencia otras, nos recordaba: la libertad entendida en el más profundo de sus sentidos. Libertad para que nada ni nadie (de fuera o como parte de nuestras propias pasiones) condicione nuestro modo de ser y de estar en e mundo y con quienes nos rodean.

5 comentarios:

José María JURADO dijo...

Gracias por tus palabras, tan claras siempre, siempre tan verdaderamente toscanas, Lorenzo,

Anónimo dijo...

Palabras sabias hermano. Jose Rivero.

Anónimo dijo...

Nos dio libertad de hacer (y de equivocarnos). Pero nos dio, sobre todo, su afecto y su cercanía.

He ahí las dos claves: la primera, la base de "su escuela de vida". La segunda, el amor por los suyos y por lo que hacía, su sello personal. Tan simples y tan complicadas.

Como siempre, Lorenzo, lúcido y clarividente, preciso.

Mi agradecimiento por ello y mi cariño por ser y por estar.

Un abrazo fraterno.

José María JURADO dijo...

Aunque te parezca increíble no encuentro tu e-mail para pedirte que subas este texto al foro, donde Dani ha abierto un hilo para que registremos nuestras emociones.

Abrazos a todos.

Eterso dijo...

Gracias a los tres por vuestros comentarios.

JM, ya lo he colgado en el foro. La verdad es que había perdido el nick, la contraseña y la madre que trajo a todos los que inventaron las complicadas formas de comunicarse por la web, pero me he registrado otra vez y lo he conseguido.

¿Se sabe algo de cuándo va a ser lo de Descargamaría?

Sobre la edición especial del HP habrá que empezar a darle una vuelta en cómo enfocarla.

Un abrazo