El Alcalde-Mayordomo aguarda impaciente en una nave oscura de la Concatedral. Poco antes de dar las doce de las noche, se aparta del grupo que reza en silencio y sale por una puerta lateral.
No lleva reloj, pero ha conseguido interiorizar con precisión el paso del tiempo. Por eso, justo cuando las lejanas campanas de San Juan comienzan a sonar, él da tres golpes en la puerta y exige en voz alta: “¡Que salga la hermandad del Cristo negro! Dios lo quiere así”.
La gente que abarrota la plaza musita en voz baja oraciones y súplicas. Los mayores explican a los pequeños, casi en silencio, las leyendas que se atribuyen a la imagen. Dentro de Santa María, dos hermanos veteranos abren los portones y salen el muñidor y la cruz de guía.
Son sólo cincuenta hermanos los que procesionan. Pero llenan con su impresionante presencia toda la Ciudad Monumental (la “parte antigua” como la hemos llamado desde siempre los de Cáceres).
Con túnicas negras y cíngulo de esparto, capuchas sobre el rostro y antorchas en la manos. Sólo la esquila y el timbal destemplado marcan el discurrir de la procesión. Como debió ser desde su fundación, en el siglo XV, para enterrar a los difuntos. Y sobre tres cojines (el único lujo del cortejo) los símbolos de la pasión: clavos, mazo y corona de espinas.
Poco después de su refundación, a finales de los ochenta, murió D. Jesús Domínguez, el obispo sevillano que había animado al reducido grupo de fieles que se planteó revivir la hermandad. Como alguno de sus predecesores, dejó indicado su deseo de morar para siempre en la capilla del Cristo, bajo sus pies. Aquel año, me impresionó ver su mitra detrás del Cristo inclinado, apoyado sobre andas metálicas y decorado sólo con la hiedra. En la subida por los adarves, se veía al fondo el Palacio Episcopal. Tan vacío, tan distante,…
Junto a las murallas, la gente retrocedía al ver llegar a la imagen. Se alejaba para no rozarla. Por no tentar a la suerte y a quienes aseguran que quien la toca recibirá la cercana visita de la muerte.
Sin duda, aquella imagen esculpida en madera africana y destinada a la devoción particular de alguna familia poderosa, conserva intacta su capacidad de emocionar.
sábado, 26 de enero de 2008
miércoles, 16 de enero de 2008
Faltan... 60 días
Sólo quien vive en Sevilla, o quien la ha vivido de forma intensa aunque intermitente y se ha impregnado de su particular ritual, cuenta los días que faltan hasta el Domingo de Ramos.
En bares de Triana y del Arenal, en colmados cercanos a la Alfalfa, en las tiendas más tradicionales de San Vicente y del Museo, en cualquier lugar de encuentro junto a El Salvador, uno encuentra una tablilla en la que, con tiza, cada día, se van señalando los días que quedan para que La Borriquita pida la venia en La Campana.
Es un modo de sentirse vivo, de ponerse deberes ante Dios, de acumular la nostalgia y recordar los olores y vivencias de la primavera. No, la Semana Santa en Sevilla no es sólo religión. El Gran Poder y La Macarena, El Cachorro y la Virgen de la O, el Cristo de los Estudiantes y la Esperanza de Triana, el Amor y la Amargura, Pasión y el Valle, la Quinta Angustia, la Piedad y la Caridad del Baratillo, la Soledad de San Lorenzo,… no son sólo advocaciones. Son un modo de anclaje en la historia, una forma imprescindible de sentirse parte de una tradición que integra el corazón y la memoria.
Pero también es, sin duda, la recreación de un catolicismo tridentino, barroco, de contrarreforma. Una exhibición del dolor y la muerte idealizados a través de la belleza. Una madre juvenil y un Hijo maduro y Redentor.
Y aunque uno haya descubierto el rito en la adolescencia, lo sentirá tan dentro, de una forma tan inocente y vital, como tantas otras cosas que descubre en esos años.
Este mes de marzo, la luna de parasceve madruga más que nunca. La distancia entre el nacimiento y la muerte se acorta de forma inexorable. Un símbolo más para que recordemos nuestra finitud.
En bares de Triana y del Arenal, en colmados cercanos a la Alfalfa, en las tiendas más tradicionales de San Vicente y del Museo, en cualquier lugar de encuentro junto a El Salvador, uno encuentra una tablilla en la que, con tiza, cada día, se van señalando los días que quedan para que La Borriquita pida la venia en La Campana.
Es un modo de sentirse vivo, de ponerse deberes ante Dios, de acumular la nostalgia y recordar los olores y vivencias de la primavera. No, la Semana Santa en Sevilla no es sólo religión. El Gran Poder y La Macarena, El Cachorro y la Virgen de la O, el Cristo de los Estudiantes y la Esperanza de Triana, el Amor y la Amargura, Pasión y el Valle, la Quinta Angustia, la Piedad y la Caridad del Baratillo, la Soledad de San Lorenzo,… no son sólo advocaciones. Son un modo de anclaje en la historia, una forma imprescindible de sentirse parte de una tradición que integra el corazón y la memoria.
Pero también es, sin duda, la recreación de un catolicismo tridentino, barroco, de contrarreforma. Una exhibición del dolor y la muerte idealizados a través de la belleza. Una madre juvenil y un Hijo maduro y Redentor.
Y aunque uno haya descubierto el rito en la adolescencia, lo sentirá tan dentro, de una forma tan inocente y vital, como tantas otras cosas que descubre en esos años.
Este mes de marzo, la luna de parasceve madruga más que nunca. La distancia entre el nacimiento y la muerte se acorta de forma inexorable. Un símbolo más para que recordemos nuestra finitud.
sábado, 12 de enero de 2008
Acompañamientos (I)
Por si alguien se ha quedado con hambre después de la Navidad
Me gusta el foie con un buen sautern,
el chorizo de matanza, con vino de pitarra (y si es de Robledillo, mejor),
el jamón, con una manzanilla (si es en Andalucía), o un tinto de crianza,
la torta del casar, con un trozo de pan de pueblo.
Los asados de cordero, con tinto de Ribera,
las gambas de Huelva, con una caña bien tirada,
las migas de mi madre, con café con leche.
El pan, con aceite.
Los boquerones en vinagre caseros, con un poco de ajo picado, un chorrito de aceite y patatas El Gallo,
el rabo de toro, con un tinto reserva,
el tapeo, con vinos de maceración carbónica (sí, ya sé que no son muy populares, pero a mí me gustan).
Y los quesos, en el postre (como hacen los franceses).
De vez en cuando, una comida ligera, acompañada desde el principio hasta el final con cava.
Los desayunos en el AVE a Sevilla, también con cava (salvo cuando voy a trabajar).
Los demás desayunos, con zumo de naranja.
Y los mariscos, con un blanco de Rueda (de savignon blanc, mejor que de verdejo).
Comer a diario, con agua (aunque no lo parezca),
los huevos fritos, para comerlos con pan en vez con el tenedor (por eso no los pido en restaurantes),
las verduras, a la plancha, con un chorrito de aceite y unos granos de sal gorda,
la sopa del cocido, con muchos fideos.
El tomate, con vinagre de módena y un aceite virgen extra de Baena, Priego, Cazorla,…
El gazpacho, sin pepino.
La porra antequerana, con patatas a lo pobre.
Y el salmorejo, con unos taquitos de jamón.
Qué aproveche.
Me gusta el foie con un buen sautern,
el chorizo de matanza, con vino de pitarra (y si es de Robledillo, mejor),
el jamón, con una manzanilla (si es en Andalucía), o un tinto de crianza,
la torta del casar, con un trozo de pan de pueblo.
Los asados de cordero, con tinto de Ribera,
las gambas de Huelva, con una caña bien tirada,
las migas de mi madre, con café con leche.
El pan, con aceite.
Los boquerones en vinagre caseros, con un poco de ajo picado, un chorrito de aceite y patatas El Gallo,
el rabo de toro, con un tinto reserva,
el tapeo, con vinos de maceración carbónica (sí, ya sé que no son muy populares, pero a mí me gustan).
Y los quesos, en el postre (como hacen los franceses).
De vez en cuando, una comida ligera, acompañada desde el principio hasta el final con cava.
Los desayunos en el AVE a Sevilla, también con cava (salvo cuando voy a trabajar).
Los demás desayunos, con zumo de naranja.
Y los mariscos, con un blanco de Rueda (de savignon blanc, mejor que de verdejo).
Comer a diario, con agua (aunque no lo parezca),
los huevos fritos, para comerlos con pan en vez con el tenedor (por eso no los pido en restaurantes),
las verduras, a la plancha, con un chorrito de aceite y unos granos de sal gorda,
la sopa del cocido, con muchos fideos.
El tomate, con vinagre de módena y un aceite virgen extra de Baena, Priego, Cazorla,…
El gazpacho, sin pepino.
La porra antequerana, con patatas a lo pobre.
Y el salmorejo, con unos taquitos de jamón.
Qué aproveche.
viernes, 4 de enero de 2008
De la familia y otras miserias
Estoy realmente sorprendido tanto por la concentración que se realizó el pasado domingo día 30 de diciembre en la Plaza de Colón en defensa de la familia cristiana como por las reacciones que ha suscitado en el PSOE y en diversos medios y comunicadores afines.
Respecto a la concentración en sí, desafortunadamente refleja una Iglesia de movimientos conservadores y pensamiento tradicional y escasamente crítico. Una Iglesia en la que faltan referencias al mensaje evangélico y abundan las citas a los Pontífices. En la que el mantenimiento del orden establecido es más importante que la opción preferencial por los pobres y excluidos. En la que los preceptos son más importantes que la fe.
Además, hay algunas cosas que deberían tenerse en cuenta.
1.- Tratar de justificar la defensa de la familia (y más de la familia tradicional) desde el Nuevo Testamento es una verdadera osadía. Sin duda, en la concentración había lectores más asiduos a las Escrituras, pero de lo uno ha leído y recuerda (que no es poco), no parece que la defensa de la familia fuera una de las prioridades de Jesús. De hecho, tanto él como los suyos dejaron sus familias porque tenían algo más importante que hacer. Y no parece que sus afectos estuvieran centrados sólo en aquellos a quienes le unían vínculos de sangre. Sin duda, Jesús nace en una familia y la Virgen aparece en momentos destacados de su trayectoria vital. Pero no es desde la familia tradicional desde la que está enfocada su vida o su predicación. Esto no quiere decir que la familia no sea importante o no merezca respeto para Jesús. Sino que para él lo más relevante es el individuo, su misión y su salvación. Y la familia lo será en la medida en que le ayude a esto. Pero, desde luego, no como forma de organización social.
2.- La defensa de la familia cristiana que se hizo en la concentración se realizó por contraposición a otras realidades, enfoque que no es el más creativo ni el más didáctico. Faltaron, a mi juicio, exposiciones desenfadadas y alegres de por qué una familia cristiana es positiva para quienes la experimentan. Creo que haya razones, y muy valiosas, y ejemplos significativos de que una familia fundada en ciertos valores ayuda de forma intensa al desarrollo de la persona y genera un entorno positivo. Pero se hizo poco hincapié en esto.
3.- Por el contrario, había un discurso tremendamente pesimista sobre las actuaciones que estaban conduciendo al declive de este modelo de familia y que, para los asistentes, parecían ser sobre todo tres: el aborto, la legislación sobre el matrimonio homosexual y la implantación de la educación para la ciudadanía. Tres aspectos que nada (o muy poco) tienen que ver con la familia (en seguida veremos por qué).
4.- Si la familia cristiana tiene que ser un referente, debe serlo porque, en su confrontación con otras realidades, se muestre más rica para sus miembros y más enriquecedora para quienes la rodean. Por eso, si está en declive no será porque haya mejores o peores medidas legislativas, sino porque no hay suficiente capacidad de irradiación de sus valores por parte de quienes dicen defenderla. Sin duda, son convenientes medidas dirigidas a fomentar la natalidad, la conciliación de la vida personal y laboral, la atención a los mayores, a los jóvenes,… pero esto es algo que debe hacerse de la forma más eficaz para el conjunto de la ciudadanía. Y si hay alguna medida que, beneficiando al conjunto de la sociedad, no está en línea con los valores de la familia cristiana, tal vez la reacción de ésta no deba ser criticar estas medidas, sino alegrarse de que otras realidades sean también beneficiadas.
5.- Volviendo a las tres medidas legislativas más criticadas, el aborto es algo que nada tiene que ver con la familia, sino con la defensa de la vida humana, que es algo anterior (y superior) a la familia. La discusión aquí es cuándo comienza la vida; si es lícito interrumpir una vida (o proyecto vital) cuando por un descuido, inconsciencia o delito se ha producido la fecundación; si es lícito hasta cuándo y si no lo es, si eso debe dar lugar a consecuencias penales y para quién. Particularmente creo que es un asunto de una enorme relevancia moral, que la actual regulación es una chapuza para encubrir una ley de plazos y que hay vida (y debe ser objeto de protección) desde la fecundación o la implantación del cigoto en el útero. Pero asumiendo la crítica a una sociedad que mira hacia otro lado cuando se producen miles de abortos cada año, lo que no creo es que se pueda mezclar con el debate sobre el modelo de familia. Ni, menos aún, que se diga que por favorecer el aborto se está debilitando la familia cristiana. Por favorecer el aborto se está minusvalorando la vida humana. Y eso es algo terrible para quienes viven en una familia tradicional, para quien vive solo, para quien ha fundado o es parte de un hogar monoparental y para las parejas homosexuales. Si realmente se quiere defender la vida, mejor sería distinguirlo de otros debates, porque su relevancia es superior a cualquier otro, y no se deberían perder apoyos por mezclarlo con realidades absolutamente coyunturales y más discutibles.
6.- La regulación del matrimonio homosexual tampoco es algo que tenga que ver con la familia, o que la perjudique. Se trata de una realidad que hay que regular (sobre todo desde el punto de vista patrimonial) y que cualquier gobierno sensato debe hacer. Para mí, se ha hecho del peor modo posible, que es llamándolo matrimonio y equiparándolo a una realidad distinta. Pero siendo así, lo que no parece es que porque se permita este “matrimonio” se esté acabando con la familia cristiana. Sin duda, se favorece una cierta confusión terminológica, pero no parece que esto deba ser algo que ponga en peligro la familia, salvo que se considere que llamándolo igual y equiparándolo en derechos, algunos preferirán la unión homosexual cuando antes no lo hacían. Espero que no sea esto lo que se haya pensado.
7.- Respecto a la educación para la ciudadanía sí que hay una cierta relación con la familia… en cuanto a la educación de aquellos hijos que nacen en una familia. Pero también es un problema que va mucho más allá. Lo relevante aquí no es la relación con la familia, sino el hecho de que el Estado no puede imponer, a través de la educación, su visión del mundo. Y no puede hacerlo ni a los hijos de familia cristiana, ni a los que hayan nacido de una madre soltera, ni de los que hayan sido adoptados por un padre o una madre solos, o por una pareja homosexual. Es, nuevamente, mezclar problemas que no tienen nada que ver. Quienes tienen el derecho a educar a los hijos son los padres, formen parte de una familia o no. Y también aquí, asociar la crítica a esa asignatura con una determinada visión de la familia es desenfocar el debate y reducir los apoyos.
Dicho todo lo cual, la actitud del PSOE y de sus medios afines ha sido aún más rancia, desafortunada e irresponsable
Parece evidente que lo que se pretende es movilizar al sector más extremista de los votantes de izquierda al insinuarles que votar al PSOE es votar contra la Iglesia, algo que algunos todavía les “pone”. Sería bueno que así lo entendieran quienes votan al PSOE desde posiciones más moderadas y actuaran en consecuencia.
En todo caso, mandar a los obispos a presentarse a las listas electorales, negarles la posibilidad de criticar las políticas que consideren injustas o de congregar a sus fieles, aludir al nacionalcatolicismo o realizar las tremendas descalificaciones e insultos personales e institucionales que se han realizado demuestran una bajeza moral y una falta de argumentos preocupantes de la sedicente progresía. Además de azuzar odios y enfrentamientos afortunadamente superados y que el Gobierno más que nadie debería preocuparse por no reavivar.
Pero sobre todo, resulta escalofriante el elemento de crítica fundamental: que los obispos han hecho política y no religión. Porque ello supone, en primer lugar, desconocer que la religión no se circunscribe al ámbito privado, sino que tiene una dimensión pública que no puede limitarse sin afectar de forma esencial al adecuado ejercicio de la libertad religiosa. Pero, además, porque evidencia una concepción de la política exclusivamente partidista y basada en la representación parlamentaria, cuando estos no son sino instrumentos que deben facilitar, y no entorpecer, una participación más directa, libre y diversa de los ciudadanos en la vida pública. ¡Claro que los obispos y los católicos que acudieron han hecho política! Como la hacemos todos los que escribimos o nos manifestamos públicamente en la calle o en la red. Como lo hace la SGAE en relación con el canon, los “intelectuales” del “no a la guerra” en los Goya, los colegios profesionales en relación con los cambios en los planes de estudio,… Y más política que debería hacerse desde la sociedad civil prescindiendo de los partidos y superando sus estrechas miras. Una visión así de la política supone reducir el ámbito de libertad del ciudadano a unos minutos cada cuatro años para votar y entender que con el voto se apodera a quien resulte ganador para hacer cuanto le plazca durante su mandato. Sin embargo, hay quienes entendemos que esa representación debe tener unos límites bien marcados y que deben buscarse todo tipo de fórmulas que garanticen una intervención más directa de todos. Porque uno puede preferir la política económica de un partido, la autonómica de otra y la social de un tercero. Y no hay razones que justifiquen que quien gane unas elecciones porque se le dé más importancia en un momento dado a un elemento que a otro pueda con ello aplicar aspectos con los que el conjunto de la sociedad no está de acuerdo. Por eso es tan alarmante la reacción del PSOE, porque trata de limitar la participación ciudadana descalificando todo aquello que no se haga desde los partidos y se legitime desde las elecciones.
Al final, lo más terrible es que entre unos y otros sólo quedan las consignas. Y que a base de insultos y eslóganes nadie debate con mediana seriedad de las cosas importantes.
Respecto a la concentración en sí, desafortunadamente refleja una Iglesia de movimientos conservadores y pensamiento tradicional y escasamente crítico. Una Iglesia en la que faltan referencias al mensaje evangélico y abundan las citas a los Pontífices. En la que el mantenimiento del orden establecido es más importante que la opción preferencial por los pobres y excluidos. En la que los preceptos son más importantes que la fe.
Además, hay algunas cosas que deberían tenerse en cuenta.
1.- Tratar de justificar la defensa de la familia (y más de la familia tradicional) desde el Nuevo Testamento es una verdadera osadía. Sin duda, en la concentración había lectores más asiduos a las Escrituras, pero de lo uno ha leído y recuerda (que no es poco), no parece que la defensa de la familia fuera una de las prioridades de Jesús. De hecho, tanto él como los suyos dejaron sus familias porque tenían algo más importante que hacer. Y no parece que sus afectos estuvieran centrados sólo en aquellos a quienes le unían vínculos de sangre. Sin duda, Jesús nace en una familia y la Virgen aparece en momentos destacados de su trayectoria vital. Pero no es desde la familia tradicional desde la que está enfocada su vida o su predicación. Esto no quiere decir que la familia no sea importante o no merezca respeto para Jesús. Sino que para él lo más relevante es el individuo, su misión y su salvación. Y la familia lo será en la medida en que le ayude a esto. Pero, desde luego, no como forma de organización social.
2.- La defensa de la familia cristiana que se hizo en la concentración se realizó por contraposición a otras realidades, enfoque que no es el más creativo ni el más didáctico. Faltaron, a mi juicio, exposiciones desenfadadas y alegres de por qué una familia cristiana es positiva para quienes la experimentan. Creo que haya razones, y muy valiosas, y ejemplos significativos de que una familia fundada en ciertos valores ayuda de forma intensa al desarrollo de la persona y genera un entorno positivo. Pero se hizo poco hincapié en esto.
3.- Por el contrario, había un discurso tremendamente pesimista sobre las actuaciones que estaban conduciendo al declive de este modelo de familia y que, para los asistentes, parecían ser sobre todo tres: el aborto, la legislación sobre el matrimonio homosexual y la implantación de la educación para la ciudadanía. Tres aspectos que nada (o muy poco) tienen que ver con la familia (en seguida veremos por qué).
4.- Si la familia cristiana tiene que ser un referente, debe serlo porque, en su confrontación con otras realidades, se muestre más rica para sus miembros y más enriquecedora para quienes la rodean. Por eso, si está en declive no será porque haya mejores o peores medidas legislativas, sino porque no hay suficiente capacidad de irradiación de sus valores por parte de quienes dicen defenderla. Sin duda, son convenientes medidas dirigidas a fomentar la natalidad, la conciliación de la vida personal y laboral, la atención a los mayores, a los jóvenes,… pero esto es algo que debe hacerse de la forma más eficaz para el conjunto de la ciudadanía. Y si hay alguna medida que, beneficiando al conjunto de la sociedad, no está en línea con los valores de la familia cristiana, tal vez la reacción de ésta no deba ser criticar estas medidas, sino alegrarse de que otras realidades sean también beneficiadas.
5.- Volviendo a las tres medidas legislativas más criticadas, el aborto es algo que nada tiene que ver con la familia, sino con la defensa de la vida humana, que es algo anterior (y superior) a la familia. La discusión aquí es cuándo comienza la vida; si es lícito interrumpir una vida (o proyecto vital) cuando por un descuido, inconsciencia o delito se ha producido la fecundación; si es lícito hasta cuándo y si no lo es, si eso debe dar lugar a consecuencias penales y para quién. Particularmente creo que es un asunto de una enorme relevancia moral, que la actual regulación es una chapuza para encubrir una ley de plazos y que hay vida (y debe ser objeto de protección) desde la fecundación o la implantación del cigoto en el útero. Pero asumiendo la crítica a una sociedad que mira hacia otro lado cuando se producen miles de abortos cada año, lo que no creo es que se pueda mezclar con el debate sobre el modelo de familia. Ni, menos aún, que se diga que por favorecer el aborto se está debilitando la familia cristiana. Por favorecer el aborto se está minusvalorando la vida humana. Y eso es algo terrible para quienes viven en una familia tradicional, para quien vive solo, para quien ha fundado o es parte de un hogar monoparental y para las parejas homosexuales. Si realmente se quiere defender la vida, mejor sería distinguirlo de otros debates, porque su relevancia es superior a cualquier otro, y no se deberían perder apoyos por mezclarlo con realidades absolutamente coyunturales y más discutibles.
6.- La regulación del matrimonio homosexual tampoco es algo que tenga que ver con la familia, o que la perjudique. Se trata de una realidad que hay que regular (sobre todo desde el punto de vista patrimonial) y que cualquier gobierno sensato debe hacer. Para mí, se ha hecho del peor modo posible, que es llamándolo matrimonio y equiparándolo a una realidad distinta. Pero siendo así, lo que no parece es que porque se permita este “matrimonio” se esté acabando con la familia cristiana. Sin duda, se favorece una cierta confusión terminológica, pero no parece que esto deba ser algo que ponga en peligro la familia, salvo que se considere que llamándolo igual y equiparándolo en derechos, algunos preferirán la unión homosexual cuando antes no lo hacían. Espero que no sea esto lo que se haya pensado.
7.- Respecto a la educación para la ciudadanía sí que hay una cierta relación con la familia… en cuanto a la educación de aquellos hijos que nacen en una familia. Pero también es un problema que va mucho más allá. Lo relevante aquí no es la relación con la familia, sino el hecho de que el Estado no puede imponer, a través de la educación, su visión del mundo. Y no puede hacerlo ni a los hijos de familia cristiana, ni a los que hayan nacido de una madre soltera, ni de los que hayan sido adoptados por un padre o una madre solos, o por una pareja homosexual. Es, nuevamente, mezclar problemas que no tienen nada que ver. Quienes tienen el derecho a educar a los hijos son los padres, formen parte de una familia o no. Y también aquí, asociar la crítica a esa asignatura con una determinada visión de la familia es desenfocar el debate y reducir los apoyos.
Dicho todo lo cual, la actitud del PSOE y de sus medios afines ha sido aún más rancia, desafortunada e irresponsable
Parece evidente que lo que se pretende es movilizar al sector más extremista de los votantes de izquierda al insinuarles que votar al PSOE es votar contra la Iglesia, algo que algunos todavía les “pone”. Sería bueno que así lo entendieran quienes votan al PSOE desde posiciones más moderadas y actuaran en consecuencia.
En todo caso, mandar a los obispos a presentarse a las listas electorales, negarles la posibilidad de criticar las políticas que consideren injustas o de congregar a sus fieles, aludir al nacionalcatolicismo o realizar las tremendas descalificaciones e insultos personales e institucionales que se han realizado demuestran una bajeza moral y una falta de argumentos preocupantes de la sedicente progresía. Además de azuzar odios y enfrentamientos afortunadamente superados y que el Gobierno más que nadie debería preocuparse por no reavivar.
Pero sobre todo, resulta escalofriante el elemento de crítica fundamental: que los obispos han hecho política y no religión. Porque ello supone, en primer lugar, desconocer que la religión no se circunscribe al ámbito privado, sino que tiene una dimensión pública que no puede limitarse sin afectar de forma esencial al adecuado ejercicio de la libertad religiosa. Pero, además, porque evidencia una concepción de la política exclusivamente partidista y basada en la representación parlamentaria, cuando estos no son sino instrumentos que deben facilitar, y no entorpecer, una participación más directa, libre y diversa de los ciudadanos en la vida pública. ¡Claro que los obispos y los católicos que acudieron han hecho política! Como la hacemos todos los que escribimos o nos manifestamos públicamente en la calle o en la red. Como lo hace la SGAE en relación con el canon, los “intelectuales” del “no a la guerra” en los Goya, los colegios profesionales en relación con los cambios en los planes de estudio,… Y más política que debería hacerse desde la sociedad civil prescindiendo de los partidos y superando sus estrechas miras. Una visión así de la política supone reducir el ámbito de libertad del ciudadano a unos minutos cada cuatro años para votar y entender que con el voto se apodera a quien resulte ganador para hacer cuanto le plazca durante su mandato. Sin embargo, hay quienes entendemos que esa representación debe tener unos límites bien marcados y que deben buscarse todo tipo de fórmulas que garanticen una intervención más directa de todos. Porque uno puede preferir la política económica de un partido, la autonómica de otra y la social de un tercero. Y no hay razones que justifiquen que quien gane unas elecciones porque se le dé más importancia en un momento dado a un elemento que a otro pueda con ello aplicar aspectos con los que el conjunto de la sociedad no está de acuerdo. Por eso es tan alarmante la reacción del PSOE, porque trata de limitar la participación ciudadana descalificando todo aquello que no se haga desde los partidos y se legitime desde las elecciones.
Al final, lo más terrible es que entre unos y otros sólo quedan las consignas. Y que a base de insultos y eslóganes nadie debate con mediana seriedad de las cosas importantes.
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