Esta mañana, a las diez y cuarto, la cola para entrar en el Museo del Prado era de unas dos horas según informaba una señorita con chubasquero reflectante del equipo de seguridad que se encontraba dando planos a quienes aguardaban pacientemente.
He dejado pasar unas semanas desde la inauguración de la ampliación para volver a hacer una visita matutina. Intentar recorrer ocho o diez salas y luego tomar unas cañas por Huertas. No tenía intención de visitar la exposición temporal de Velázquez, que suponía podía estar más concurrida. Y teniendo en cuenta que las mañanas de domingo son ahora de pago esperaba que uno pudiera acceder en diez o quince minutos, como máximo. Lo imprescindible para que haya un cierto control por razones de seguridad.
Pero no. Alguien ha debido decidir que para entrar en el Museo del Prado hay que superar una prueba de resistencia física. Hace unos años escuché a alguien decir que no dejaría entrar en un Museo a quien no superara un examen de conocimientos culturales básicos. Puestos a elegir, creo que lo del examen está más justificado que la capacidad de aguante al frío.
¿Tan difícil es poner unas máquinas automáticas expendedoras de entradas? ¿Multiplicar por diez o por quince quienes atienden en las taquillas y los controles de seguridad? ¿Vender entradas en todos los grandes almacenes, en las tiendas de alrededor, en los puestos de libros de la Cuesta Moyano,…? ¿O es que realmente pretenden disuadir de la visita?
Por favor, ¡que se vayan a la calle todos los responsables del Prado! Desde el jefe de taquillas hasta el Presidente del Gobierno. Todos de los que dependa jerárquica o funcionalmente el acceso al Museo. ¡Que los inhabiliten para ejercer cualquier cargo o responsabilidad pública! ¡Les incrementen un 500% su IRPF para compensar sus desmanes!
¿Hay algo culturalmente más valioso en España? ¿Algo a lo que prestar más atención?
Si esto pasara en una empresa privada, sus responsables no se irían a dormir hasta que no hubieran encontrado una solución. No descansarían los fines de semana. Tomarían medidas provisionales hasta que encontraran una forma eficaz de solucionarlo de forma definitiva.
Pero resulta que hemos dejado Las Meninas, El Jardín de las Delicias y Las Majas al cargo de los más mediocres. De quienes son incapaces de prever que el arte interesa a alguien más que a ellos.
Tiene guasa. Los partidos gastándose nuestro dinero en vídeos absurdos, en proclamaciones evidentes de candidatos,… Y la gente haciendo colas de más de dos horas para poder entrar en un Museo.
El pueblo preocupado por el arte, la cultura y la belleza, y sus políticos y funcionarios tratando de impedir que puedan acceder a ello.
¿Para esto les pagamos?
domingo, 25 de noviembre de 2007
domingo, 18 de noviembre de 2007
Flamenco y folklore
Hace poco más de una semana he conseguido hacerme con una reedición del libro "Cantes flamencos recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)".
La edición original es de 1881 y pasa por ser una de las primeras recopilaciones de letras del flamenco. Su autor es el padre de los poetas Manuel y Antonio Machado, que fue uno de los que comenzó los estudios del folklore en nuestro país (dicen, incluso, que el que introdujo esa palabra en nuestro idioma).
Resulta curiosísima su lectura. Uno se da cuénta de las miserias de la vida de los gitanos a finales del XIX y cómo el quejío arrebatado del flamenco era tal vez la forma de expresión más clara. Son dardos a la conciencia de una sociedad dura y hambrienta en la que el respeto a los derechos humanos no era precisamente una prioridad.
Pero también son muestras del ingenio y del optimismo, del amor y de los sufrimientos del desamor,... El flamenco es la voz de todo un pueblo. Nada que ver con el flamenquito que suena hoy en muchas emisoras, tan convencional como insulso en su mayoría.
Una par de letrillas bastante ingeniosas (con la grafía tradicional):
"Mira si tengo talento
que he puesto una escribanía
entro e mi pensamiento"
"Chiquiya, tú eres muy loca:
eres como las campanas.
Que toito er mundo las toca"
Y toda una declaración de amor (también como estaba escrita en 1881):
"Una noche oscurita
yobiendo estaba,
con la lus e tus ojos
yo m'alumbraba"
La edición original es de 1881 y pasa por ser una de las primeras recopilaciones de letras del flamenco. Su autor es el padre de los poetas Manuel y Antonio Machado, que fue uno de los que comenzó los estudios del folklore en nuestro país (dicen, incluso, que el que introdujo esa palabra en nuestro idioma).
Resulta curiosísima su lectura. Uno se da cuénta de las miserias de la vida de los gitanos a finales del XIX y cómo el quejío arrebatado del flamenco era tal vez la forma de expresión más clara. Son dardos a la conciencia de una sociedad dura y hambrienta en la que el respeto a los derechos humanos no era precisamente una prioridad.
Pero también son muestras del ingenio y del optimismo, del amor y de los sufrimientos del desamor,... El flamenco es la voz de todo un pueblo. Nada que ver con el flamenquito que suena hoy en muchas emisoras, tan convencional como insulso en su mayoría.
Una par de letrillas bastante ingeniosas (con la grafía tradicional):
"Mira si tengo talento
que he puesto una escribanía
entro e mi pensamiento"
"Chiquiya, tú eres muy loca:
eres como las campanas.
Que toito er mundo las toca"
Y toda una declaración de amor (también como estaba escrita en 1881):
"Una noche oscurita
yobiendo estaba,
con la lus e tus ojos
yo m'alumbraba"
sábado, 3 de noviembre de 2007
Los muertos que vos matáis
El pasado día 1 de noviembre me acerqué a Alcalá de Henares a ver la representación del Don Juan de Zorrilla en la Huerta del Palacio Arzobispal.
Contemplar esta obra, junto con la visita a los cementerios, es lo que manda la tradición en nuestro país. Nada de Haloween ni de calabazas, estúpidas costumbres anglosajonas. Aquí lo que toca es un acercamiento a los muertos. Frente a frente. Sin agachar la cabeza. Y siendo consciente de que pueden pedirte cuentas... incluso desde el más allá.
Lo de los cementerios no me gusta nada. Hace años que huyo de ellos. Entiendo que haya quien acuda frente a las tumbas a honrar a sus antepasados. Pero para mí, aquellos polvos enterrados en nichos de ladrillo, hormigón y granito no son mis familiares, mis amigos,... Porque su recuerdo acude, fugaz o constante, dependiendo de los casos, sin que uno lo convoque y en los lugares más insospechados. Además, lo de blanquear los sepulcros me recuerda a una cita no muy positiva, si no recuerdo mal, en algún evangelio... Aunque no descarto ir alguna vez al de San Fernando en Sevilla, donde además de encontrarse esculturas de notable calidad (mausoleo de Joselito -Benlliure-, la copia exacta del Cachorro en el panteón de Aníbal González, el Cristo de las mieles -Susillo-,...) dicen que uno puede disfrutar de un paseo de lo más agradable. (Esto último, que me lo expliquen).
Lo de Don Juan es otra cosa. Es una visión entretenida de caracteres que han poblado nuestras ciudades hasta hace no mucho. La del fanfarrón que se juega la virtud de su prometida en una torpe apuesta. La de quien recoje el guante y gana la apuesta. El padre preocupado por la honra y la madre abadesa por la tradición... El duelo como forma de dirimir los conflictos (más rápido, sin duda, que nuestra justicia, y no hay por qué pensar que más azaroso). Los muertos que reclaman venganza y el sátiro desalmado que retiene un punto de temor de Dios.
La afluencia de gente fue todo un éxito y la puesta en escena brillante. Una pena que, siendo gratuito, acudieran también curiosos por ver de qué iba aquello. Una entrada testimonial hubiera servido para evitar voyeaurs.
Aunque parte de aquellos supieron por fin de dónde viene aquel "¿No es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla/...?"
Eso sí, no pudieron escuchar aquello de "los muertos que vos matáis / gozan de buena salud". Atribución apócrifa a Zorrilla, pero que no se incluye en el texto de la obra.
Contemplar esta obra, junto con la visita a los cementerios, es lo que manda la tradición en nuestro país. Nada de Haloween ni de calabazas, estúpidas costumbres anglosajonas. Aquí lo que toca es un acercamiento a los muertos. Frente a frente. Sin agachar la cabeza. Y siendo consciente de que pueden pedirte cuentas... incluso desde el más allá.
Lo de los cementerios no me gusta nada. Hace años que huyo de ellos. Entiendo que haya quien acuda frente a las tumbas a honrar a sus antepasados. Pero para mí, aquellos polvos enterrados en nichos de ladrillo, hormigón y granito no son mis familiares, mis amigos,... Porque su recuerdo acude, fugaz o constante, dependiendo de los casos, sin que uno lo convoque y en los lugares más insospechados. Además, lo de blanquear los sepulcros me recuerda a una cita no muy positiva, si no recuerdo mal, en algún evangelio... Aunque no descarto ir alguna vez al de San Fernando en Sevilla, donde además de encontrarse esculturas de notable calidad (mausoleo de Joselito -Benlliure-, la copia exacta del Cachorro en el panteón de Aníbal González, el Cristo de las mieles -Susillo-,...) dicen que uno puede disfrutar de un paseo de lo más agradable. (Esto último, que me lo expliquen).
Lo de Don Juan es otra cosa. Es una visión entretenida de caracteres que han poblado nuestras ciudades hasta hace no mucho. La del fanfarrón que se juega la virtud de su prometida en una torpe apuesta. La de quien recoje el guante y gana la apuesta. El padre preocupado por la honra y la madre abadesa por la tradición... El duelo como forma de dirimir los conflictos (más rápido, sin duda, que nuestra justicia, y no hay por qué pensar que más azaroso). Los muertos que reclaman venganza y el sátiro desalmado que retiene un punto de temor de Dios.
La afluencia de gente fue todo un éxito y la puesta en escena brillante. Una pena que, siendo gratuito, acudieran también curiosos por ver de qué iba aquello. Una entrada testimonial hubiera servido para evitar voyeaurs.
Aunque parte de aquellos supieron por fin de dónde viene aquel "¿No es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla/...?"
Eso sí, no pudieron escuchar aquello de "los muertos que vos matáis / gozan de buena salud". Atribución apócrifa a Zorrilla, pero que no se incluye en el texto de la obra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)