Si hay algo que preocupa en los últimos años a la mayor parte de las empresas es la carencia de jóvenes preparados dispuestos a trabajar.
Asombra que esta preocupación sea general. Y que afecte igual a pequeños negocios y a grandes corporaciones. No es que no haya universitarios formados, sino que su formación en general no responde a lo que el mercado laboral demanda. Tanto en conocimientos, como en habilidades y, sobre todo, en capacidad de esfuerzo y sacrificio.
Los jóvenes de ahora han crecido en unos años en los que encontrar trabajo no era un problema. Y en los que, incluso si no había esa oportunidad, las redes de la protección social eran suficientemente cómodas como para no tener que preocuparse.
Por eso, lo primero que hacen cuando van a una entrevista de trabajo es plantear cuál es el horario de trabajo y cuáles son las vacaciones. Luego, si van a tener mucha presión y responsabilidad. Y, por último, a qué van a tener que dedicarse.
De esta forma, sólo unos pocos que tienen ambición (profesional y económica) encuentran hueco y son recibidos con los brazos abiertos en las organizaciones más exitosas. Y el resto, muchas veces son contratados más por la necesidad de que alguien saque parte del trabajo que por el convencimiento de que quien va a asumir el puesto es quien cumple todos los requisitos necesarios para desempeñarlo con eficiencia.
De mi generación, la inmensa mayoría de quienes cursamos con cierto éxito BUP y COU en mi Instituto de Cáceres estudiamos la carrera fuera (sobre todo en Madrid) y hemos encontrado trabajo también lejos de Extremadura. Como eso sucede a la vez que uno va asentando su realidad vital, resulta que casi todos hemos fijado nuestra residencia también a muchos kilómetros de allí.
No somos ni más listos ni más trabajadores, pero muchos hemos conseguido un desarrollo profesional en pocos años que hubiera sido imposible imaginar en Cáceres, Mérida o Badajoz.
Por contra, envidiamos a menudo el cómodo estilo de vida de muchos otros compañeros, menos aguerridos, que se han acomoda con puestos de poca responsabilidad o aprobando, la mayoría, oposiciones a la Junta, Ayuntamiento e instituciones similares.
El problema es que la función pública la pagamos mayormente quienes dedicamos muchas horas al trabajo. Y contra desproporcionados impuestos por nuestro esfuerzo, muchos viven despreocupados por su realidad y la de sus conciudadanos recibiendo sueldos muy escasos por trabajos que no aportan ningún valor añadido. (Veremos hasta cuándo puede mantenerse esta situación. Tomemos nota de Francia).
¡Claro que es un despropósito los sueldos miserables que ganan muchos de los recién titulados! Pero, ¿cuántos de ellos están dispuestos a dejarse las pestañas en trabajos exigentes en responsabilidad, horario y disponibilidad? ¿Cuántos médicos, ingenieros, abogados,... con buen currículum no encuentran empleo? Tal vez el asunto esté algo peor en quienes estudian publicidad, periodismo, humanidades, filosofía o filología. Pero es que estas materias (que a mí también me interesaban sobre manera cuando tuve que decidir a qué dedicarme) es muy probable que no sean muy aptas para que alguien pueda abonarte un jornal por echar unas horitas en ellas cada día. Y eso también hay que tenerlo presente cuando uno decide cuál es la carrera que quiere estudiar.
Conozco muchas empresas que no pueden cubrir todas sus vacantes cada año porque los expedientes que les llegan son de profesionales no suficientemente capacitados o con una capacidad de esfuerzo y sacrificio muy medida incluso antes de incorporarse al medio laboral (lo cual suele ser un indicio de lo que puede suceder a continuación).
Y para mayor inri, en España tenemos una clase empresarial con una escasa formación y una más que discutible capacidad de organización.
Si nuestra productividad es una de las más bajas de los paises desarrollados no es sólo porque tengamos unos trabajadores poco preparados o porque la composición del PIB descanse sobre actividades de poco valor añadido. Es también porque hay muy pocos empresarios que hayan sido capaces de estructurar de forma eficiente sus recursos, de hacer que cada uno sepa exactamente qué es lo que tiene que hacer, de que nadie en la empresa tenga que "inventar" procesos para actividades que han sido repetidas multitud de ocasiones, de incentivar a los más productivos y no a los que más horas permanecen en su puesto de trabajo, de dar ejemplo de orden, eficacia y transparencia,...
Sin duda, hay que poco que objetar a quienes arriesgan su dinero, aunque los resultados no sean muy brillantes. Pero resulta paradójico que el mercado no actúe creando organizaciones más eficaces que compitan en talento con las existentes.
¿Será porque en los últimos años cada uno trata de vivir lo mejor posible a corto plazo y le preocupa poco qué va a ser de él a medio plazo o qué puede dejar como herencia a sus hijos y a la sociedad en la que ha vivido?
domingo, 23 de septiembre de 2007
domingo, 9 de septiembre de 2007
La televisión de la nostalgia
El año pasado, para conmemorar algún aniversario de la televisión en España, TVE creó un canal temático en el que reponían series y programas de diferente antigüedad y que continuaba con lo que había sido el Canal Nostalgia en una extinta plataforma digital de añorado recuerdo... Su contemplación era a la vez placentera y dolorosa (permítamese esta expresión, por una vez, sin tintes sexuales). Placentera porque era un gozo recrearse con series, musicales, debates e incluso concursos de la infancia (Los gozos y las sombras, Qué noche la de aquel año, La Clave o Un, dos tres, por poner algunos ejemplos). Pero viéndolo surgía pronto la pregunta dolorosa: ¿qué ha pasado para que se hayan dejado de hacer programas así y sólo sobreviva Informe Semanal como representante de una televisión divulgativa y seria?
Incluso los telediarios han cambiado de formato. Lo que antes era sobre todo información política y social general, con algunos apuntes de deporte y una escueta información del tiempo se ha convertido en un resumen breve del estado de la confrontación entre los partidos para pasar a dedicar la mayor parte del tiempo de información general a los sucesos. Luego, un tiempo superior incluso al de los sucesos para los deportes y un espacio independiente de más de cinco minutos para la meteorología.
Surge entonces el debate de si es esta modificación de los medios la que está generando una sociedad más superficial, o si lo único que hacen las cadenas es adaptarse a unos cambios sociales a los que son ajenas.
Sea como fuere, lo cierto es que la televisión pública (al menos) debería incorporar un nivel de exigencia en la información, el debate o la cultura que fuera más allá de lo que a la sociedad le resulte cómodo consumir. El nivel educativo de hace veinticinco años era bastante inferior al actual y sin embargo los debates de "La Clave" se seguían con interés por muchísimos españoles. Y eran debates con verdaderos expertos que formaban a través de la exigencia y el rigor (ahí están los vídeos de diez de los programas que hace unos años entregó El Mundo para demostrarlo). Bastante alejados de los formatos actuales con ridículas limitaciones de tiempo (que alguien me explique como puede exponerse un argumento de cierto calado en cuestiones complejas en menos de un minuto) y cuyos invitados sólo son políticos y periodistas (¡sin comentarios sobre el rigor y la formación!).
Y encima nos toca pagarla con nuestros impuestos.
Incluso los telediarios han cambiado de formato. Lo que antes era sobre todo información política y social general, con algunos apuntes de deporte y una escueta información del tiempo se ha convertido en un resumen breve del estado de la confrontación entre los partidos para pasar a dedicar la mayor parte del tiempo de información general a los sucesos. Luego, un tiempo superior incluso al de los sucesos para los deportes y un espacio independiente de más de cinco minutos para la meteorología.
Surge entonces el debate de si es esta modificación de los medios la que está generando una sociedad más superficial, o si lo único que hacen las cadenas es adaptarse a unos cambios sociales a los que son ajenas.
Sea como fuere, lo cierto es que la televisión pública (al menos) debería incorporar un nivel de exigencia en la información, el debate o la cultura que fuera más allá de lo que a la sociedad le resulte cómodo consumir. El nivel educativo de hace veinticinco años era bastante inferior al actual y sin embargo los debates de "La Clave" se seguían con interés por muchísimos españoles. Y eran debates con verdaderos expertos que formaban a través de la exigencia y el rigor (ahí están los vídeos de diez de los programas que hace unos años entregó El Mundo para demostrarlo). Bastante alejados de los formatos actuales con ridículas limitaciones de tiempo (que alguien me explique como puede exponerse un argumento de cierto calado en cuestiones complejas en menos de un minuto) y cuyos invitados sólo son políticos y periodistas (¡sin comentarios sobre el rigor y la formación!).
Y encima nos toca pagarla con nuestros impuestos.
jueves, 6 de septiembre de 2007
La vivienda digna
El derecho a una vivienda digna es mucha más que un derecho constitucional. Es un requisito básico de convivencia en una sociedad civilizada. Y una consecuencia de la solidaridad más elementa.
Igual que no puede dejarse a nadie que muera de hambre, no puede hurtarse a nadie su derecho a que disfrute de un lugar en el que, sin necesidad de lujos, pueda desarrollar su vida.
Pero eso no tiene nada que ver con la necesidad de hacer propietarios de estas viviendas a quienes las necesitan, coyunturalmente o por periodos más largos de tiempo. Ni siquiera a que sea el Estado quien deba facilitársela (en especial en los casos en los que ellos pueden acceder al mercado libre y recibir mediante desgravaciones fiscales parte del importe destinado a su alquiler). Y menos aún a que lo haga a costa de otros propietarios (reservando en todos los desarrollos urbanísticos parcelas para VPO) en vez de hacerlo con los ingresos generales recaudados de acuerdo con la renta, el patrimonio y el gastos del conjunto de los ciudadanos.
En esto, la distinción entre partidos no siempre es clara. En Madrid, por ejemplo, con una presidenta que se denomina liberal, es donde mayor reserva para VPO tiene que haber en cada nueva actuación. ¿Me explica alguien qué tiene esto de liberal?
Eso sí, no se le ha ocurrido lo que al presidente andaluz, que promete ayudas y derechos consagrados legalmente para todos los que ganen menos de 3.000 euros al mes (la inmensa mayoría en su comunidad autónoma).
¿No sería mejor no segmentar el mercado y dejar que todos -salvo los excluidos- acudieran al mercado libre? ¿Y ayudar luego a cada uno con subvenciones o desgravaciones proporcionales a su renta y teniendo en cuenta el coste medio del alquiler de viviendas en cada localidad?
Tal vez diera menos votos. Pero sería más eficaz. Y también más justo. (Si tengo tiempo un día de estos les explico por qué).
Igual que no puede dejarse a nadie que muera de hambre, no puede hurtarse a nadie su derecho a que disfrute de un lugar en el que, sin necesidad de lujos, pueda desarrollar su vida.
Pero eso no tiene nada que ver con la necesidad de hacer propietarios de estas viviendas a quienes las necesitan, coyunturalmente o por periodos más largos de tiempo. Ni siquiera a que sea el Estado quien deba facilitársela (en especial en los casos en los que ellos pueden acceder al mercado libre y recibir mediante desgravaciones fiscales parte del importe destinado a su alquiler). Y menos aún a que lo haga a costa de otros propietarios (reservando en todos los desarrollos urbanísticos parcelas para VPO) en vez de hacerlo con los ingresos generales recaudados de acuerdo con la renta, el patrimonio y el gastos del conjunto de los ciudadanos.
En esto, la distinción entre partidos no siempre es clara. En Madrid, por ejemplo, con una presidenta que se denomina liberal, es donde mayor reserva para VPO tiene que haber en cada nueva actuación. ¿Me explica alguien qué tiene esto de liberal?
Eso sí, no se le ha ocurrido lo que al presidente andaluz, que promete ayudas y derechos consagrados legalmente para todos los que ganen menos de 3.000 euros al mes (la inmensa mayoría en su comunidad autónoma).
¿No sería mejor no segmentar el mercado y dejar que todos -salvo los excluidos- acudieran al mercado libre? ¿Y ayudar luego a cada uno con subvenciones o desgravaciones proporcionales a su renta y teniendo en cuenta el coste medio del alquiler de viviendas en cada localidad?
Tal vez diera menos votos. Pero sería más eficaz. Y también más justo. (Si tengo tiempo un día de estos les explico por qué).
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