viernes, 26 de agosto de 2011

Pedro Guerra en Mérida - Microconcierto Hijas de Eva

El pasado día 15 de agosto acudí en la Alcazaba de Mérida al "microconcierto" de Pedro Guerra "Hijas de Eva". Los "microconciertos" son una iniciativa que se ha incluido este año por primera vez en el Festival de Teatro Romano de Mérida y que consiste en conciertos de duración reducida (en torno a una hora), en escenarios pequeños, cercanos al público y con una temática concreta (este año, la mujer). El microconcierto de Pedro Guerra se titulaba "Hijos de Eva", título de un álbum de 2002 en el que denunciaba distintas formas de discriminación de la mujer. Pero lo cierto es que el concierto incluyó no sólo canciones de este disco, sino también piezas variadas de otros álbumes del artista canario.

La idea de montar un concierto en la Alcazaba es magnífica. Poder acudir un rato antes y tomar algo en la terraza que hay antes de la entrada al recinto del concierto, un modo excepcional de pasar la tarde. Si luego el concierto acompaña, mejor aún.

Pedro es un personaje cercano, con canciones que llegan y con un modo de interpretarlas que le dan un toque personalísimo y hondo a la vez. Cuando puede hacerlo en un escenario tan particular como ese, acompañado sólo de su guitarra, el concierto puede convertirse en sublime.

Y hubo momentos en el concierto que lo fueron. Aunque, a decir verdad, hubo también dos elementos que creo que distorsionaron de algún modo la comunicación con parte del público. Uno, el escaso aforo. Y otro, las consignas políticas.

El asunto del aforo es preocupante. Las gradas colocadas no permitían una afluencia masiva, pero aún así, los asistentes éramos muchos menos. Calculo que no más de doscientas personas. Eso resta intensidad a la comunicación, parece como si faltara gente, conocida o no, pero con la que compartir el arte. Aunque más allá del número, lo que me extrañó a la entrada es que casi todos los que acudían iban con invitación. Cuando fui a comprar mi entrada, los que estaban delante pidieron la invitación a nombre de X y le dieron un sobre con varias entradas. Y lo mismo sucedió con los que venías detrás. Si éramos pocos y la mayoría estaba invitado, ¿cuánto costó aquéllo? ¿Tiene sentido un gasto así cuando estamos en una situación como la actual y no hay dinero para sanidad, para ayudas sociales y otras necesidades básicas? Quizá los artistas (y los políticos que se dedican a la cosa cultural) tengan que tomar conciencia de que deben vivir de su trabajo; más aún, de lo que sean capaces de obtener por su trabajo de ciudadanos privados. Y que no es lícito, ni ético, ni tiene sentido, que se pague con impuestos la diversión de cada uno (sean conciertos, sea teatro, sea cine, sea danza, sean toros, sea deporte,...).

El segundo elemento que, a mi juicio, distorsionó el concierto, fueron dos referencias ideológicas muy críticas en relación con la memoria histórica y con la Iglesia. Es evidente (¡faltaría más!) que cada uno puede manifestar, en privado y en público, las opiniones que considere. Y que las de Pedro Guerra uno las conoce o puede imaginarlas. Pero tan cierto como eso es que hay a quienes un concierto se le puede atragantar si escucha según qué cosas. A uno puede gustarle "Contamíname", "El marido de la peluquera", "Debajo del Puente",... pero no apetecerle que le peguen una patada en el estómago atacando a su fe. Es cierto que, en este caso, uno puede ir o no, y, en su caso, puede levantarse e irse cuando escucha según qué cosas. Pero precisamente por esto, hay que volver a lo dicho en el párrafo anterior. Estas cosas no pueden pagarse con dinero público. No parece sensato que con dinero de todos se financien críticas a creencias mayoritarias o se incentive la fractura social que está generando el absurdo empeño en reabrir una Memoria Histórica que sólo sirve para revivir una época oscura de nuestra historia donde el fanatismo de dos bandos acabó con los pocos sensatos que había en este país y a los que dieron mandobles desde las dos Españas. Vi a varios removerse en sus asientos cuando se hicieron algunas de estas críticas; y vi removerse, sobre todo, a los que habían pagado su entrada, mientras que los que iban con "invitación" aplaudían y reían.

Salí el concierto, por eso, con una sensación agridulce. Hubo momentos de magia y comunión. Pero que fueron empañados por la sensación de que la cosa pública ha llegado a unos extremos a los que nunca debió acercarse y que, además, es un despropósito que sirva para financiar el desencuentro.